[Il cantare di Liombruno]. Poemita en octava rima, en dos cantos de autor anónimo, de fines del siglo XIV o de los primeros años del XV. Entre tantas historias en verso que sobre aventuras legendarias de la antigüedad clásica, del mundo caballeresco, sobre vidas de santos o fantasías populares, nos han legado conocidos y desconocidos autores de los siglos XIV-XV y que se difundieron entre auditorios de toda condición, la «bellísima historia» de Liombruno es de las más antiguas, de las de mayor tradición y de las de inspiración más semejante a la fábula. Liombruno, es el menor de los hijos de un pescador que, desesperado por su pobreza, le cede al diablo en una pequeña isla, a cambio de hacer buenas pescas y de tener abundante dinero. El muchacho, ignorante y asustado, hace la señal de la cruz y el diablo huye. Un águila toma en sus alas a Liombruno y lo pone a salvo en un castillo. Allí viven juntos muchos años, Liombruno y Madona Aquilina, que es la buena hada que lo ha salvado; Liombruno crece entre estudios y proezas, y por fin, cediendo a los deseos de ella, se casa con su protectora. Pero un día siente el deseo de volver a ver a los suyos. Madona Aquilina consiente; le concede licencia por un año y le da un anillo mágico que obedece a cuanto se le pide: «Pero cuida de no decirlo a nadie / porque entonces ya no te obedecerá», le advierte al entregárselo. Pasados nueve meses, Liombruno quiere regresar al castillo, pero el rey de Granada, ha hecho anunciar un torneo prometiendo su hija por esposa al vencedor: Liombruno, va al torneo y vence.
El rey no se decide a cumplir lo prometido y pide que el caballero alabe lo mejor que posea y pruebe las alabanzas: Liombruno se vanagloria de su esposa y pide al anillo que se la presente. Pero el hada desdeña ir, y el trigésimo día, cuando Liombruno «debía perder la cabeza», se acerca ella a la ciudad, mandando primero a una doncella, luego a otra y apareciendo ella por fin en toda su belleza. «Y, cuando el rey la hubo mirado: / Liombruno, dijo, noble señor, / ahora perdóname por tu cortesía. / Perdonadme vos a mí, decía Liombruno». Pero madona Aquilina se volvió a su castillo enfadada sin querer perdonar al caballero, y dejándole sin armas y sin caballo. Liombruno entró en un bosque donde halló a tres malandrines que habían robado y muerto a dos mercaderes y que se disputaban una capa y un par de botas. Pidieron al joven que quisiera ser árbitro de su disputa y al probar la capa que hace invisible a quien la lleva y las botas tan veloces como el viento, desapareció con ambas cosas, llevándose además el dinero que los dos malandrines habían robado. Entonces los malandrines llenos de ira se mataron entre sí. En una taberna, interrogó a tres mercaderes, sobre cuál es «la tierra ultramarina / donde es señora madona Aquilina». Pero sólo el viento puede enseñárselo. En la cima de una montaña, vive un ermitaño en cuya ermita se albergan los vientos; pero de todos ellos, sólo el Siroco sabe cuál es el país del hada. Liombruno, parte con el Siroco llegando al castillo de su mujer: se sienta invisible a la mesa que tiene ella preparada, come y bebe y la esposa extrañada de lo que ocurre se turba. Por fin, deja caer Liombruno el anillo del hada y madona Aquilina se desmaya de angustia. Liombruno se le acerca, la besa siempre invisible, ella al volver en sí cree haber soñado; pero una segunda vez, lo descubre antes de que él tenga tiempo de envolverse en su capa, y a la tercera le abraza estrechamente.
«Entre nosotros dos no se necesitan otros pactos: / los brazos al cuello cada uno ponía» y así concluye «la bella historia con rima florida». Simple de armonía y gracioso de invención, este Cantar de Liombruno, que tiene el sabor de las fábulas populares, es de una gracia ligerísima. Más que entre los «lais» de Bretaña, hay que colocarlo entre las fábulas populares, y si se quisieran buscar sus orígenes más lejos, habría que hallarle cierto parentesco con el mito de Psique (v.). Con algunas alteraciones, la historia de Liombruno se transmitió de siglo en siglo y de lugar en lugar, hasta tiempos poco remotos, resultando agradable por su colorido fabuloso, por la psicología elemental y por tratar de las felices peripecias de un muchacho pobre; la capa y las botas maravillosas tuvieron progenie (las botas de siete leguas de Pulgarcito, (v.) pasando a ser casi proverbiales; y el encanto de sus viejos cantares, fue recogido por ese artista gentil que se llamó Severino Ferrari y que escribió: «porque yo soy Liombruno; y su dama Aquilina / me ha concedido su caro amor que me consuela / hasta tengo el par de usadas…».
F. Antonicelli