[Il Vascello Fantasma]. Con este título es conocido en Italia y en otros países el Holandés errante [Der fliegende Hollánder] ópera romántica en tres actos, libro y música de Richard Wagner (1813-1883) compuesta entre 1840 y 1846. La primera representación se efectuó en Dresden en 1843, y en Italia se estrenó en Bolonia en 1877. El argumento es una leyenda nórdica transmitida por los pueblos marítimos del siglo XV, y transcrita en una balada de Heine, afín a la del Judío errante (v.) o al mito de Ulises (v.). Una furiosa tempestad ha arrojado a una orilla rocosa al noruego Daland que regresaba a su patria. Y aparece otro buque, espectral y negro, con las velas sangrientas del cual desciende un negro piloto, el holandés; es ésta una de las treguas que tiene concedidas, cada siete años, a su condena de errar por el océano hasta que haya encontrado una mujer para siempre fiel; pero ahora ya está desesperado, y la tripulación con él, sólo invoca la paz de la muerte. Compadecido y al mismo tiempo atraído por los tesoros de aquel desconocido, Daland le concede que le siga a su patria y se case con su dulce hija, de quién el holandés espera nueva salvación. En el segundo acto, las doncellas cantan hilando, en casa de Daland, pero su hija Senta, se queda absorta ante la imagen de un hombre pálido y tétrico. Después, cantando la balada del holandés errante, se exalta hasta el punto de ofrecerse ella misma a redimir al condenado, sin escuchar los ruegos aterrorizados de su prometido Erik.
Y cuando entra el holandés con Daland, como influida por mágico poder Senta lo reconoce y lo acoge, prometiéndole fidelidad hasta la muerte. En el tercer acto, de noche en la rada, con la danza de la tripulación noruega contrasta el lúgubre silencio y después el canto siniestro de los holandeses, en torno a cuyo buque el mar y el viento se agitan tormentosamente. Cuando vuelve la calma, llega Senta seguida de Erik, que le recuerda su antigua promesa. Pero el holandés le ha oído y para salvar a la joven de la condenación en que incurriría faltando al fatal juramento, se descubre a los presentes aterrorizados, salta al buque y se dirige hasta su irreparable condenación, mientras Senta le grita su fidelidad y se arroja desde una peña. El buque se hunde a lo lejos, y de las olas precipitadas se alzan Senta y el holandés transfigurados y salvados. Después del argumento histórico y el tipo «grand opéra» de Rienzi (v.) Wagner con esta ópera vuelve a su predilección por los temas legendarios y por la tradición de la ópera alemana pero, sobre todo, declara querer «conceder su derecho al drama». El carácter creador del Holandés, se relaciona cronológicamente con la ópera anterior como por reacción de un urgente subjetivismo; delinea ya a partir de entonces el próximo drama musical. En el primer esfuerzo formativo del mundo wagneriano, entre experiencias no congeniales, y nuevos problemas individuales, los hechos y las pasiones de la realidad, eran un romántico incentivo para la creación artística. La leyenda del holandés maldito, ya conocida ocasionalmente, adquirió sugestivo vigor en Wagner, cuando, en verano de 1839, una furiosa tempestad arrojó sobre las costas escandinavas al velero que llevaba el compositor desde Riga a más vastos horizontes de vida, y se concretó en una «balada dramática» en un acto escrita en París en el año 40. Al drama de errar eternamente por la condena de un poder desconocido, servía después en el sueño infantil de las Hadas (v.), el tema fundamental wagneriano de la redención por medio del amor-muerte.
Una etapa de gran importancia en la naciente concepción del «Wort-Ton-Drama», es la redacción del poema completo, en que Wagner se declara ya no libretista sino poeta «consciente del poder expresivo de la música». Efectivamente, en el Holandés y después en el Tannháuser (v.) y el Lohengrin (v.) «aquellas posibilidades del drama descubiertas por el músico, posteriormente fueron desarrolladas todavía medio inconscientemente». (Chamberlain). En la realización sonora, tiende gradualmente a superar los esquemas fijos tradicionales, en parte conservados aunque a la manera de Weber y hasta a la de Meyerbeer. Adquieren relieve, si no profundidad o coherencia, los temas de la redención y especialmente el de la condenación; y el liberarse de la convencional melodía de ópera, la inspiración se fortalece cuando está verdaderamente enardecida por las situaciones del drama. La obertura resume los elementos de la ópera, bajo el signo de una grandiosa épica marina. Esta poesía resuena en los coros de los marineros, mientras que resulta bastante genérico el coro de las hilanderas (la costumbre típica de la ópera del coro inicial en cada acto no será casi jamás repetida en adelante por Wagner). El Holandés por otra parte, es ya un personaje trágico en el primer monólogo, al igual que en su encuentro con Senta, y en la suprema invectiva, revelando, si no reflejando, un símbolo y una transcendencia. Esto bastará para atenuar la autocrítica que más tarde se hizo Wagner, según el cual, todo en esta ópera estaba esbozado sin consistencia. Verdad es que Erik es un pretexto, mientras Daland tiene rasgos más convincentes. Verdad es que Senta no entra en la misión personal de la heroína, y que la cualidad musical de la famosa balada no hace de ella el deseado centro de la ópera. Pero es importante el hecho de que precisamente aquella «imagen temática», que inspiraba el acto único primitivo, se haya desarrollado en esta obra en la forma de aquellos «motivos de reminiscencia», que preludian al engranaje del «leitmotiv» y al tejido sinfónico extendido «sobre el drama», unidad exterior e interior del Wagner auténtico.
A. M. Bonisconti
La extremada sencillez de este poema aumenta la intensidad del efecto. Todo se halla en su sitio, todo está bien ordenado y guarda su justa dimensión. La obertura es lúgubre y profunda como el océano, el viento y las tinieblas. (Baudelaire)
Bajo el influjo de Wagner han sido violadas las leyes que aseguran la vida del canto y la música ha perdido su sonrisa melancólica. (J. Stravinski)
Wagner ha representado del modo más expresivo esa inquietud, el pathos trágico e impetuoso de su naturaleza, estilizando en oscuro el Holandés errante, personaje demoníaco, maldito, sediento de paz y de redención. Se ha valido de aquellos rasgos para reavivar y dar más color a las figuras; los grandes intervalos en que ondea el canto del protagonista, son los que dan ya una característica impresión de estremecida inquietud. (Th. Mann)