[L’Amante ignoto]. Poema trágico de la escritora italiana Amalia Guglielminetti (1885-1941), publicado en Milán en 1911. Es la fábula, también predilecta de D’Annunzio (v. El fuego), de la mujer que ha vivido en la adoración de la propia belleza y que vela desesperadamente su mirada para no asistir al dolor del marchitamiento. En su gran quinta, Adriana Spada invita a todos sus amigos a una espléndida fiesta: quiere acabar elegantemente, embriagándose con las últimas alabanzas y los últimos placeres, su vida aventurera. Mañana la puerta se cerrará para siempre sobre su voluntaria clausura. Pero, en el umbral de la renuncia, siente lanzarse sobre ella el deseo impetuoso de un joven: Gabrio Farnese implora una hora de amor, para tejer sobre su carne sabia un velo de caricias que, no descompuesto ya por ninguna mano, quede sobre ella como un sudario. Adriana se niega: la imagen de aquella divina juventud intacta en su misterio la acompañará como el último don de la vida: Gabrio, el amante desconocido, vuelve de noche y, deambulando por el parque, descubre, envuelta en el velo de Adriana, una figura de mujer, y la estrecha entre sus brazos.
Pero entre ellos palpita otra criatura más bella aún que Adriana: su joven hija, Gemma, que había huido el día anterior del convento y, triste por su ardor reprimido, sueña en maravillosas citas con un amante desconocido… Contagiado del ingenuo y desesperado ardor de la muchacha, que prefiere morir antes que renunciar al sueño convertido súbitamente en realidad, Gabrio huye con ella. A los tres días vuelve, para pedir perdón, a la quinta donde Adriana vive horas de ansiedad; la mujer, que por un instante se ha ilusionado creyendo que Gabrio volvía por ella, cuando le oye hablar de su nuevo amor, se mata. Con este poema, que gira por completo en torno a motivos y actitudes dannunzianos, la autora trata de huir de la autobiografía; pero ni la narración ni la representación dramática responden a las dotes particulares de su temperamento. Las partes mejores del poema son todavía algunos brotes líricos, que no alcanzan, sin embargo, la originalidad ni la viveza de los de las Seducciones (v.).
E. Ceva Valla