[The Altar of the Dead]. Cuento del novelista norteamericano Henry James (1843-1916), publicada en 1895 en un volumen titulado Conclusiones [Terminations]. En vísperas del matrimonio, George Stransom pierde a la mujer que había de convertirse en su esposa. Desde aquel momento dedica su vida al culto no sólo de aquella muerta sino de todos sus muertos: para cada cual, un cirio en el altar que Ies ha consagrado en la iglesia. Ante dicho altar encuentra siempre arrodillada otra devota y aquel vínculo les hace ser amigos. Hasta que George Stramson descubre que para su compañera de culto, todas las velas sólo tienen una única cara, y llamean por el hombre, amigo predilecto al principio y después pernicioso enemigo, al cual George no podrá consagrar nunca una luz en su altar. La mujer, en cambio, aun habiendo sido también víctima del muerto, sólo podrá conservar la amistad con Stransom si éste enciende también aquel cirio. El desenlace ocurre delante del altar, después de una larga separación, cuando Stransom está ya decidido a añadir un cirio para su enemigo y la mujer a venerar en cada llama al muerto a la que fue dedicada.
«Un cirio más», repite Stransom; y la resolución de consagrar una luz incluso a la memoria del amigo-enemigo, parece confundirse en su mente de hombre ya viejo y consumido, con la idea de la que otros encenderán a su memoria, y se desploma sobre el hombro de la mujer, con la palidez de la muerte pintada en el rostro. La familiaridad de Stransom con su altar, el hecho de atribuir un nombre a cada llama, como si se tratase de una cara, son temas que James desarrolla con su más refinada sutilidad. Todavía más impresionante y minucioso es el análisis de los motivos que llevan al alejamiento y al tardío encuentro, todavía en situaciones espirituales contrastantes, de los protagonistas de esta narración. [Traducción de María Antonia Oyuela en el volumen La lección del maestro y otros cuentos. Emecé Editores, Sociedad Anónima (Buenos Aires, 1949) |.
C. Izzo
En su activo: (James) es un artífice extraordinario. Quiero decir que construye con una habilidad exquisita e infalible, y escribe como un querubín. Incluso cuando es más amanerado y exasperante, dice lo que ha de decirse, con más claridad y precisión que cualquier otro escritor moderno. En su pasivo: carece lamentablemente de fuerza emotiva. Hasta su concepto de la belleza es demasiado artificioso y sin originalidad. (A. Bennett)