Compuesto en Pórtschach en 1878 y ejecutado en Leipzig en 1879, consta de tres tiempos: «Allegro non troppo», «Adagio» y «Allegro giocoso, ma non troppo vivace». En principio, había sido esbozado en cuatro, pero el «Scherzo» fue pronto suprimido. Nació sobre todo gracias a la asidua intimidad de Johannes Brahms (1833-1897) con el gran violinista Joseph Joachim; es más, éste, a quien iba dedicado el concierto y que fue su primer intérprete, supervisó la parte solista para detalles de orden técnico. Éste es el único trabajo de Brahms en que el encanto del sonido, ante el cual el autor se muestra de ordinario tan reservado, tiene una parte preponderante y fundamental en la inspiración, naturalmente pasada por el tamiz de su típica «seriedad». Contribuye ciertamente a estos resultados, además del placer del material sonoro ofrecido al arco de su amigo, su antigua pasión, extrañamente «welsch» para un continuador de la más pura tradición alemana, por el célebre Concierto en la menor, de Viotti. Hay que añadir, a todo esto, su feliz tendencia hacia unas más serenas y airosas disposiciones de ánimo, iniciadas en el año anterior con la Segunda sinfonía (v. Sinfonías), con la cual, además de la tonalidad principal, tiene el Concierto para violín muchos puntos de contacto. Brahms logra en él una agresividad, una agilidad de construcción de un tipo mucho más brillante que el de costumbre, y un esplendor sonoro en él excepcional.
El primer tiempo, concebido en la clásica forma ABA (exposición-desarrollo-reexposición y coda), está basado en dos temas fundamentales enunciados por la orquesta: el primero sencillo y tranquilo, el segundo rítmicamente más marcado y casi rudo; ambos, muy afines a los dos temas correspondientes del primer tiempo de la Segunda sinfonía. Estos dos temas están ligados entre sí por una frase que, completada más tarde por el violín solista de una manera más marcadamente melódica, servirá durante todo el primer tiempo para envolver en una atmósfera de lirismo la composición y darle aire y calor; en resumen, cumplirá las funciones que en los primeros tiempos de los más famosos Conciertos (v.) de Beethoven (el de violín lo mismo que los dos últimos para piano) tiene la frase conclusiva de la exposición. El violín entra con una «cadenza» basada en el primer tema, y durante todo el movimiento mantiene un carácter estrictamente concertante y de virtuosismo, recogiendo los temas de la orquesta para bordarlos y ampliarlos; la conclusión del tema es quizá la más luminosa página orquestal que jamás escribiera Brahms. En el segundo tiempo un primer tema en «fa mayor» es expuesto únicamente por instrumentos de viento; frase sencilla y serena que va haciéndose más intensa hasta alcanzar sus últimos acentos en la flauta. El violín lo recoge de una manera libre y breve e introduce a su vez un fragmento en «fa sostenido menor» el cual, mejor que tomar las características de un verdadero segundo tema, tiene el carácter de una divagación y se basa exclusivamente en las penetrantes e intensas melodías del instrumento solista. Vuelve luego la segunda parte, desarrollada libremente por la orquesta y enriquecida por las tranquilas evoluciones del violín que va repitiendo los temas melódicos, transformándolos y aligerándolos. El tercer tiempo, en una forma libre de «Rondó», está basado en dos temas de ritmo enérgico y popular, expuestos los dos por el violín: el primero en terceras («re mayor») y el segundo en octavas ascendentes («la mayor»). Es el tiempo en el cual Brahms dio más realce a la parte colorista del violín, que está tratado un poco a lo cíngaro, muy conforme con el carácter de los temas. Al final de la composición y después de una brevísima «cadenza», el tema toma una nueva forma rítmica (en 6/8), más viva, y después de una impetuosa peroración se extingue en un «piano».
F. D’Amico