Diego Duque de Estrada (h. 1593-1649), tiene destacado lugar en la literatura autobiográfica española, aun después de cercenada una parte de su valor por las indagaciones hechas sobre su verdadero carácter. Muéstrasenos como toledano de linajuda estirpe, poeta en Madrid, aventurero y soldado en casi todo el resto de su vida, hasta entrar (1635) en la orden de San Juan de Dios, siendo destinado a Cerdeña; murió en Tarento, habiéndole deparado los ataques sufridos por aquella isla nuevas ocasiones de mostrar su ciencia militar. A España no volvió desde su primera salida, y fue en Italia donde pasó lo más de su agitada existencia, con estancias también en Transilvana y en alemania, donde dice participó en la guerra de Treinta Años. Como se ve, una típica vida de español del siglo XVII, bien colmada de sucesos y altibajos para nutrir un libro de Comentarios de el desengañado de sí mesmo y prueba de todos estados y elección del mejor de ellos…, como él tituló su obra. Pero no los estimó suficientes y los aumentó sin reparar en falsedades. Su primer editor, Gayangos, la diputó por veraz fuente histórica, pero el italiano Croce, en luminoso estudio, ha podido confirmar las sospechas que algunos tenían, demostrando lo mucho que Duque alteró hechos y fechas para posibilitar su participación en algunas de las aventuras referidas.
Empezó por anticipar su año de nacimiento, dando por tal el de 1589, así como el de la muerte de sus padres, lo que le permitió forjarse una orfandad con supuesto tutor, que le instruyó en las artes caballerescas. La mentida fecha le permitía también entrar en una fantástica empresa de 1603, disfrutar de celebridad en los años 1603-1608 entre los poetas de Madrid, etc. Evidenciadas tales falsedades de su relato con un documento indubitable a la vista — su expediente matrimonial —, la confianza que el resto de su obra pueda merecer es muy limitada. Queda así reducida a un vigoroso cuadro de costumbres, equidistante de la historia y la novela. Si en el campo de ésta le avalora el garbo de la narración, que es de amenísima lectura, no es tampoco desdeñable para la investigación histórica todo lo que contiene. Sus noticias del círculo literario en que se presenta — Lope, etc. —; las anécdotas de muchos personajes con que en el curso de su vida dice haberse relacionado — el duque de Osuna, el conde de Lemos, el marqués de Santa Cruz, Filiberto de Saboya, los cardenales Borja y Zapata, el príncipe transilvano Betlen Gabor, que cuenta le hizo su hombre de confianza, etc. —; relatos de sucesos, como la conjuración de Venecia, que refiere con datos distintos de los conocidos, confieren indudable valor a este libro, con la sola condición de ser leído con cautela. Forma el tomo XII del «Memorial Histórico Español» (Madrid, 1860), de acuerdo con el carácter que a la obra asignó Gayangos.
B. Sánchez Alonso