[Bicicletta]. Es uno de los libros más variados y notables de Alfredo Oriani (1852-1909), publicado en 1898. La obra está dividida en tres partes. En la primera, Oriani se entrega, a través de una serie de capítulos breves, a una disertación sobre la bicicleta: examina su construcción, los defectos, las cualidades, las ventajas que puede procurar al progreso. Pasa revista a los distintos medios de locomoción, desde el caballo al barco, desde la máquina de vapor al automóvil, para concluir que ninguno da al hombre el sentido de absoluta libertad que le confiere la bicicleta. En esta primera parte Oriani se revela como incomparable escritor deportivo. Las páginas dedicadas a los corredores, a los campeones, las descripciones de carreras famosas, quedan como modelos de vivas representaciones. La segunda parte comprende cuatro novelitas, que le parecieron a Croce «bastante hermosas», donde el velocípedo, la bicicleta, el tándem y el triciclo constituyen pretextos exteriores. La tercera parte, «En el pedal», forma el núcleo fuerte y original del volumen. Es el relato de una peregrinación a las más bellas tierras de Tos- cana, en bicicleta, bajo el fuerte sol de agosto. De Faenza por Forli atraviesa los Apeninos por el paso de los Mandrioli, desciende al Cosentino, sube a la Verna y a Camaldoli, luego atraviesa Arezzo, se dirige a Siena, de Siena a Pisa, y de Pisa, por Pistoya y Bolonia, vuelve a Faenza. «En este género — observó Giovanni Papini — Oriani tenía tres grandes antecesores: Laurence Sterne con su Viaje sentimental (v.), Heine con los Cuadros de viaje (v.) y Stendhal con las Memorias de un turista (v.).
Los tres bromean: el inglés con la sonrisa del epicúreo fantasioso, el alemán con los guiños del hebreo nostálgico y satírico, el francés con la risita del egoísta estético y enciclopédico. Había que cambiar algo, ocupar un lugar: el que ha ocupado Oriani. El viaje de un poeta que disfruta de la belleza y no es esteta, de un observador que estudia la humanidad y no hace muecas, de un historiador que sabe ser elocuente pero no pedante. Oriani ha escrito el vagabundeo serio. Ha interrumpido la tradición del género; se ha entristecido cuando la regla era burlarse, ha evocado los muertos solemnemente cuando sus compañeros hubieran reído o. sonreído». El historiador tiene delante el pasado; el místico, la eternidad. En Siena, de noche, Oriani vuelve a ver el drama de la república y de su antagonista Florencia; en Pisa busca, afanoso, la armadura de la vieja victoriosa; Pistoya le ofrece la sombra de Catilina derrotado y muerto. El místico va aún más arriba: el himno de San Francisco que le sale del corazón después del disgusto ante el santuario del Casentino, es uno de los más calurosos y profundos que el santo de Asís ha arrancado al alma de un autor moderno. «El poeta Oriani — comenta Papini — había salido una mañana de Faenza para poner a prueba su fuerza y su bicicleta: Dios, que le amó, le esperaba emboscado en la montaña de Francisco y las manos suaves de María dejaron en su corazón dos estigmas invisibles que él ya nunca pudo borrar».
M. Missiroli