[Aus der Gesellschaft]. Novela alemana de la Condesa Ida Hahn- Hahn (1805-1880), publicada en 1838 y considerada por la misma autora como su obra más significativa, hasta el punto de reunir en 1845 bajo el mismo título las sucesivas novelas que años atrás había ido escribiendo (cfr. El que hacía falta [Der rechte, 1839]; La Condesa Faustina [Grafin Faustina, 1841]; Vírico [Ulrich, 1841]; Segismundo Forster [Sigismund Forster, 1841]; cfr. también la novela de carácter autobiográfico Sibila [Sibylle, 1846]). En la novela se enlazan tres aventuras amorosas. La primera, de la Condesa Ondina que abandona el techo conyugal para seguir al Príncipe Casimiro, y más tarde es abandonada por él. La segunda es la del joven escultor Polidoro que, enamorado de la Condesa Regina, se convierte en un pelele en manos de esta coqueta, ilusionado con la idea de que ella corresponde a su amor: pero cuando se da cuenta del juego femenino, su sentimiento se transforma en odio profundo que encontrará su satisfacción el día en que, presa ella a su vez de la pasión, él la rechaza.
Por fin, la tercera, es la aventura dé la condesa Ida Schónholm, el tipo de la intelectual incomprendida presente en todas las novelas de Hahn-Hahn, y que vive con Otto. Si la heroína tiene «una cabeza extraña, no hermosa, pero atractiva, formada como la de una Virgen, con la expresión de una Sibila… ojos cambiantes… con un rasgo de melancolía inexplicable», Otto es, en cambio, guapísimo y cuando habla «es alegre y casi despectivo, porque el labio superior, cortísimo y fuertemente dibujado, da a su boca un leve aire irónico». Ironía en el hombre, melancolía en la mujer, son los rasgos que caracterizan a todos los personajes de la condesa Hahn-Hahn. Esta escritora es, bajo todos los puntos de vista, la antítesis de los autores de la «Joven alemania», no sólo porque su preparación está hecha, sobre todo, a base de las novelas de George Sand (v. Lelia, 1834) y de la poesía de Byron, sino principalmente porque, ante el espíritu nuevo-burgués- liberal, representado por los hombres de la «Joven alemania», ella sólo admite en la selecta colección de sus personajes, representantes de la aristocracia de la sangre o del espíritu, pertenecientes todos ellos al mundo conservador, del que ella misma — descendiente de una noble familia del Mecklemburgo — descendía. A esta escritora, en un tiempo amada y admirada, remonta la predilección que la novela alemana experimentó largo tiempo por dicho tipo de héroes. Una exaltada y exasperada sensibilidad, para evitar el árido escepticismo a que la hubieran conducido las decepciones, la llevó a mediados del siglo a convertirse al catolicismo y, por fin, a fundar en Maguncia un convento de la Orden del Buen Pastor, donde permaneció, aunque sin tomar el velo, hasta su muerte, continuando su obra de poetisa y narradora, pero con intenciones exclusivamente morales y religiosas.
F. Federici