Obra de crítica literaria del gran escritor español Azorín (José Martínez Ruiz, 1873-1967). Toda la actitud negativa que en ella se manifiesta es, con frecuencia, injusta para con los personajes criticados y, sin embargo, son también muchas las intuiciones geniales y las pinceladas certeras que salvan la obra y hacen de ella motivo de verdadero interés, si el solo estilo de Azorín no fuera siempre motivo de interés más que sobrado.
Prescindiendo del objeto mismo, Rivas y Larra debe leerse además como modelo de labor crítica, pues en él busca Azorín presentar a los personajes en su propio instante, perfilándose al contraluz de su época, y valora su obra en función de sus contemporáneos; una nueva vida se infunde con ello al autor y la obra, y el trabajo del crítico se transforma en una recreación, hábilmente documentada en los periódicos que pulsaron el ambiente vital en que aquéllos se desarrollaron, que nos aproxima más y más al íntimo sentido de la obra literaria y a la viva evocación del escritor. Rivas y Larra se inicia con un análisis de los romances del primero, seguido de otro más profundo del Don Alvaro (v.); ambos son rigurosos, casi despiadados, teñidos de fina y corrosiva ironía; ningún detalle, por mínimo que sea, escapa a la disección del crítico; la obra queda así despedazada, y con Don Alvaro se viene abajo asimismo el teatro español tradicional: «En general, el drama del duque de Rivas es una lógica, natural continuación del drama de Calderón y de Lope. Son los mismos procedimientos, la misma falta de observación, la misma incoherencia, la misma superficialidad», nos dice Azorín al final de su análisis.
Siguen luego unas notas y comentarios, bastante extensos, de lo que los periódicos de la época dijeron del estreno, de todas las circunstancias que a éste rodearon y un capítulo dedicado a lo que la crítica afirmó desde entonces hasta 1916 respecto al Don Alvaro; Menéndez Pelayo no sale muy bien parado en este cotejo histórico; Milá es más afortunado. Tras de todo esto, cuando, analizando El moro expósito, concede Azorín que Rivas fue un gran artista del color, concepto con que se cerrará el libro después de estudiar en paralelo la figura de Larra, el lector ya duda sinceramente de que en el duque pueda existir en efecto nada de valor. La figura de Larra es, por el contrario, tratada con gran cariño, con profunda admiración. Se inicia el estudio con un prolijo análisis de temas, según éstos fueron tratados por el insigne Fígaro: «Actores», «Cárceles», «Casticismo», etc.; en orden alfabético se suceden hasta una cuarentena dando una muy certera visión del pensamiento de Larra.
Una breve nota lo sitúa luego frente a los clásicos y lo define como «el único hombre moderno de su tiempo», que supo ver el estancamiento «particularista» de la cultura española y escapar al peligro reclamando para ella el derecho de nuevos y más amplios horizontes. Los capítulos siguientes están dedicados a comentar la reacción de los periódicos frente a la muerte de Larra y las diferencias que existieron entre éste y Bretón; el análisis que de la comedia escrita por el último intentando satirizar a Larra hace Azorín, es casi una página de humor: leyéndola no puede decirse que la crítica literaria sea una ciencia árida. El libro se cierra con un epílogo en el que Azorín une los nombres de Rivas y Larra en la política; Rivas «sacó» diputado a Larra precisamente en los días en que el ministro cayó del poder, y así «Larra dejaba de ser diputado sin haberlo sido».
A. Pacheco