NIOBE

Poema del poeta polaco Konstanty Ildefons Galczynski (1905-1953), publicado en 1951. Ya avanzado el otoño de 1950, en el museo de Nieborów, el autor descubrió una cabeza mar­mórea de Niobe que, tras ser hallada en Azov, a orillas del Don, en el siglo XVIII, por una expedi­ción de la emperatriz Catalina II y tras pasar por Florencia y Bizancio, debido a un intercambio de regalos, cayó en manos de la familia de magnates polacos Radziwill. G. sacó de su hallazgo la idea para la composición del poema, que concibió a propósito bajo forma de fragmento musical, divi­diéndolo en cuatro partes y en varias rimas y poesías distintas entre sí por su ritmo, métrica y forma. La primera parte, “Eutifrone”, se inicia con una Ouverture en la cual se describe el viaje de Niobe desde la petrificación hasta su último asilo.

La antífona del poeta Taliarco: “Alme Cae- sar vatis tui miserere domine” narra como Niobe, que se halla en el campo del archiestratega Miguel de Bizancio, fue sacudida por el sonido de las cinco campanas, abatida en el momento de la entrada de Mehemed II y puesta a salvo en Flo­rencia por el mismo Taliarco. Esta parte se cierra con una “Pequeña fuga”, un himno a la “cabeza eslavo griega más hermosa”.

La segunda parte, “Chacona”, ofrece en el estilo de una antigua danza española, variaciones sobre el tema funda­mental. Sus distintas etapas son el hallazgo de la cabeza, el esfuerzo realizado por el Yo poético para expresar adecuadamente la belleza, un su­gestivo cuadro rural y, finalmente, el lamento de Niobe por su trágico destino. La tercera parte “Nieborów”, consiste esencialmente en las cua­renta y ocho estrofas del “Gran concierto para violín”, y concluye con un epigrama en dos estro­fas. En forma de ruiseñor, el Yo poético celebra el nuevo hallazgo de la cabeza de Niobe en Niebo­rów, evocando la atmósfera de Venus y Adonis (v.O.) de Shakespeare y de las Elegías romanas (v.O.) de Goethe, o la música de Beethoven y Chopin. Mientras la luz se apaga, Niobe empieza a resplandecer y se convierte en estrella luminosa hacia la cual el poeta se dirige. El final ditiràmbi­co de la cuarta y última parte, “Oh alegría, chispa de los dioses”, consiste en un canto alternado, en el cual se intercalan elementos antifonales, hímni- cos y salmódicos. El tema central del poema no es la historia de la cabeza marmórea, sino el del arte, de su misión y su condición trágica. Centrada en la configuración poética de un sujeto del arte figu­rativo, la composición trasciende los límites de lo literario. La pretendida universalidad de esta poe­sía comporta un peligro al que no son ni siquiera ajenas las obras sucesivas del autor; llevado por su intento de asimilar todas las corrientes y tenden­cias de la poesía de su tiempo, se manifiesta una excesiva labor poética, y su esfuerzo por “organi­zar el caos” se traduce en un “caos organizado” que describe los límites de este grandilocuente poeta. A pesar de ello, Niobe representa «la ex­presión más perfecta y acabada del programa poé­tico “clasicista” de G.» (K. Wyka).