[Le haydine]. Obra de Giuseppe Carpani (1752-1825), publicada en Milán en 1812 y en Padua en 1823; famosa por los plagios que de ella hizo Beyle en su Vie de Haydn (v. Vidas de Haydn, Mozart, etc.) y por las polémicas que de ello resultaron.
El mérito de este singular y precoz ejemplo de crítica musical modernamente entendida, es el propósito que tiene el autor de ocuparse «principalmente de la parte estética» y de producir una obra «destinada más al arte viviente que al artista difunto». La relación entre biografía y crítica está estudiada con exactitud: se relatan las vicisitudes de Haydn, sin olvidar que «la verdadera vida de un artista está más en sus obras que en sus aventuras». Carpani admira en Haydn al padre de la música instrumental, no sólo porque sacó de la nada sus Sinfonías (v.) y sus Cuartetos, sino porque dio categoría de arte completo a lo que otros habían empezado a hacer antes que él. Es interesante observar que Carpani no ignora lo que la reciente musicología ha «descubierto» con grandes aspavientos, o sea la parte que tuvieron Boccherini, F. E. Bach, Stamitz, Galuppi y, sobre todo, Sammartini en la formación del estilo de Haydn (cartas I y II). No obstante su gran admiración por su autor, Carpani admite de buen grado sus deficiencias dramáticas (carta VIII); admira, en cambio, sus dos oratorios, La Creación (v.) y Las Estaciones (v.), a cuya descripción dedica las car- , tas X-XII. Pero la parte más original y viva de la obra es la dedicada a la música sinfónica. Tratando de los caracteres generales del sinfonismo de Haydn, Carpani señala con certero tino la importancia capital de la riqueza, variedad y novedad de las modulaciones armónicas, y describe el método de trabajo de Haydn, que consistía en escribir ante todo el esquema armónico de la composición, «el orden de los tonos por que debía pasar… su pensamiento musical o tema».
No sin razón supone que el hecho de haber estudiado la armonía por sí solo, resolviendo sus dificultades sin ayuda de nadie, permitió a Haydn «descubrir cosas nuevas, combinaciones no indicadas, modos felices y peregrinos». Por otra parte, Carpani celebra que la riqueza y variedad de las modulaciones armónicas no comprometan en Haydn la naturalidad y no le induzcan a las «intrincadísimas confusiones» de Mozart y sus seguidores. La superioridad de la melodía es para Carpani un principio indiscutible, aunque vea con buenos ojos el robustecimiento de la instrumentación y el enriquecimiento de las «cantilenas secundarias», según el ejemplo de allende los Alpes, en las obras de Jommelli, Paisiello, Galuppi, Cimarosa y el joven y sorprendente Rossini (al cual está dedicado el apéndice de la segunda edición, presagio de las próximas Rossinianas). Volviendo a Haydn, G. Carpani no ignora el uso que hacía de una «historieta», o sea, de una imaginaria trama narrativa para alguna de sus sinfonías; pero juzga este procedimiento como una ayuda casual a la inspiración. No escapa a Carpani el interés de Haydn por las canciones populares de distintos países, conforme a su convicción de que cualquier motivo es bueno, ya que lo que cuenta es el modo de tratarlo, aquella famosa «condotta» (tratamiento) en que consiste esencialmente el genio musical de Haydn. La alegría es la cualidad predominante de la música de Haydn, tan soberana y constante que causa una cierta unilateralidad, sensible en la música teatral. Incluso los movimientos lentos son, siempre, más graves que tiernos, más solemnes que dulces (carta VI).
A propósito de los oratorios, Carpani afronta la espinosa cuestión de la imitación de la naturaleza. Y distingue dos tipos: la imitación física y la sentimental o expresión. En esta última, anota justamente, «reside la sublimidad de la música». Con todo, Carpani quiere defender, dentro de ciertos límites, la reproducción realista de la verdad, y se embarca en desesperadas argumentaciones (carta X). En substancia, Carpani no es un teorizador ni está guiado por ningún principio filosófico; pero es admirable su gusto musical, vivísimo y ágil, y su aptitud para el análisis crítico de la música, por lo que sus observaciones siguen siendo fundamentales y fecundas para la interpretación de los autores por él estudiados.
M. Mila