Nació en Bristol el 20 de noviembre de 1752 y m. en Londres el 25 de agosto de 1770. Se trata de una de las figuras menos interesantes, pero, sin duda, más características del primer romanticismo inglés. Su padre, profesor de caligrafía falleció antes de que naciera nuestro autor.
Éste frecuentó la escuela gratuita de Colston y se distinguió por su excepcional precocidad: a los diez años publicaba ya versos en el Bristol Journal, y dos más tarde compuso —de acuerdo con las tendencias exótico-medievales entonces en boga — una colección de poesías, muy hábiles en su técnica y tono arcaicos, presentada cual presunto manuscrito de un imaginario monje del siglo XV, Thomas Rowley, hallado en la iglesia gótica de St. Mary Radcliffe, de Bristol, en la que su tío era sacristán.
Ch. envía algunas de estas composiciones al escritor Horace Walpole, que, si bien admirado al principio, después, conocida la edad de su autor, se las devuelve. Ello causa tristeza y ofende al muchacho, quien manifiesta su propia amargura en la obra Versos a Walpole [Lines to Walpole].
Sin embargo, llevado ya en adelante por una pasión invencible y arrastrado por un inevitable destino que le sitúa junto a los jóvenes espíritus del «Sturm und Drang», concentró su vida y sus ilusiones en el éxito artístico. El fracasado intento de ingresar como practicante en un buque mercante contribuyó notablemente a su última decisión.
En efecto, en 1770 dirigióse a Londres y allí trató de abrirse camino y, al mismo tiempo, de ganarse la vida mediante la colaboración en diarios y revistas; pero, muerto Aldermann Beckford, que le protegía, y falto de un editor, Ch. cayó en una miseria extrema y, demasiado orgulloso para pedir dinero, envenenóse con arsénico.
Las Poesías de Thomas Rowley (v.), publicadas póstumas en 1777 por el medievalista Tyrwhitt, provocaron animadas discusiones acerca de su autenticidad, pero, finalmente, fue reconocida su falsedad: el lenguaje resulta más bien isabelino y spenseriano que propio del siglo XV, singularmente en las mejores, una de las cuales, sin duda, es la «Ballade of Charitie»; además, su arcaísmo prenuncia el de Coleridge y Keats.
Transformado, a causa de su muerte precoz, en símbolo del genio incomprendido en una época ajena a la poesía, Ch. se convierte en el héroe de generaciones más próximas a nosotros y sería exaltado por Wordsworth, Vigny (v. Chatterton) y los prerrafaelistas.
R. Sanesi