Nació el 4 de diciembre de 1795 en Ecclefechan (Escocia) y murió en Londres el 4 de febrero de 1881. Hijo de un humilde albañil, fue enviado a la Universidad de Edimburgo debido a su gran afición al estudio; allí leyó ávidamente a los escritores franceses de la Ilustración, lo que provocó en él una violenta crisis espiritual: aun cuando le repugnaba el ateísmo, tampoco lograba recobrar la fe de la niñez.
Caído entre sus manos el libro de Mme. de Staël De alemania (v.), resolvió estudiar el alemán para poder leer a los filósofos y poetas de esta lengua en sus textos originales. En la filosofía idealista halló de nuevo el equilibrio interior y la base en que fundamentar sus convicciones y esperanzas.
A partir de entonces, y durante varios años, los poetas y pensadores alemanes constituyeron su única fuente de inspiración; C. sintióse heraldo del germanismo y mensajero de una nueva filosofía que interpretaba la actividad artística en su capacidad para suscitar las grandes fuerzas morales.
Tradujo al inglés las obras más importantes de Goethe y compuso una vida de Fr. Schiller (Life of Schiller), de quien alabó su grandeza de alma y noble carácter. Dirigió la compilación de una antología de autores alemanes e inició la redacción de una Historia de la literatura alemana, que, sin embargo, quedó sin terminar. Ya en sus años de universitario había conocido a Jane Welsh, muchacha de ingenio brillante y condiciones económicas superiores a las suyas, con la que casó finalmente; pero según muestran sus cartas publicadas, el matrimonio no constituyó una unión feliz, en parte debido al intolerante y colérico temperamento de C.
En 1833-34 apareció por entregas Sartor Resartus (v.), singular novela que Taine juzgó «mezcla de barroco, misticismo, ironías crueles y tiernos motivos pastoriles»; a pesar de su aguda originalidad, el libro no despertó mucho interés. En cambio, La Revolución Francesa (v.), publicada poco tiempo después, marcó el principio de la gran reputación del autor, y aun hoy puede considerarse posiblemente el monumento más importante de la historiografía romántica.
En la obra se muestra, en efecto, la verdadera grandeza de C.; la narración está expuesta cual una apasionante novela, y los personajes presentan la perfección de un retrato y adquieren relieve en cuadros llenos de color y movimiento. Sin embargo, la gran novedad de la obra consistió — en el ámbito del pensamiento europeo, dominado entonces por el racionalismo — en su estudio de la historia en función de las fuerzas individuales particulares. En torno a C. empezaron a reunirse discípulos y admiradores.
A estos años se remontan los dos libros Cartismo (v.) y Pasado y presente (v.), que desarrollan de una manera muy libre las ideas implícitas en La Revolución Francesa. En adelante el autor se proponía interpretar la historia a través de la vida de los héroes y caudillos, según él representantes de la divina revelación (v. Los héroes, el culto de los héroes y lo heroico en la historia); y así compuso Cartas y discursos de O. Cromwell (v.), a quien presentaba como fundador de la grandeza política inglesa, La vida de Sterling y La historia de Federico II de Prusia (v.), que incluso en alemania logró un éxito enorme.
Durante los años de su madurez, las relaciones conyugales del escritor, siempre difíciles, mejoraron notablemente. Nombrado en 1866 rector de la Universidad de Edimburgo, salió hacia esta ciudad para pronunciar el esperado discurso inaugural, y al llegar allí se enteró de la muerte de su esposa. Entonces en el espíritu de C. ardió una desesperada ternura hacia aquella mujer de inteligencia y arrogancia superiores, sacrificada a su egoísmo y a su temperamento, y movido por tal afecto salieron de su pluma las Reminiscencias y las notas a las Cartas de la esposa, cuidadosamente reunidas y ordenadas.
Al enjuiciar la vasta producción de C. no puede olvidarse su ímpetu lírico, su carácter reflexivo y su intenso humorismo, elementos de la elevada y brillante oración en que se resuelve la obra de nuestro autor. Ésta, incluso cuando es historia, ya sea política o literaria, resulta siempre una predicación: un recetario de salud espiritual, como un eco de Savonarola ensombrecido también por ciegos furores e intolerancias.
M. L. Astaldi