Thomas Carlyle

Nació el 4 de diciembre de 1795 en Ecclefechan (Escocia) y murió en Londres el 4 de febrero de 1881. Hijo de un humilde albañil, fue enviado a la Uni­versidad de Edimburgo debido a su gran afición al estudio; allí leyó ávidamente a los escritores franceses de la Ilustración, lo que provocó en él una violenta crisis espi­ritual: aun cuando le repugnaba el ateísmo, tampoco lograba recobrar la fe de la niñez.

Caído entre sus manos el libro de Mme. de Staël De alemania (v.), resolvió estudiar el alemán para poder leer a los filósofos y poetas de esta lengua en sus textos origi­nales. En la filosofía idealista halló de nuevo el equilibrio interior y la base en que fun­damentar sus convicciones y esperanzas.

A partir de entonces, y durante varios años, los poetas y pensadores alemanes constitu­yeron su única fuente de inspiración; C. sintióse heraldo del germanismo y mensajero de una nueva filosofía que interpretaba la actividad artística en su capacidad para sus­citar las grandes fuerzas morales.

Tradujo al inglés las obras más importantes de Goe­the y compuso una vida de Fr. Schiller (Life of Schiller), de quien alabó su gran­deza de alma y noble carácter. Dirigió la compilación de una antología de autores ale­manes e inició la redacción de una Histo­ria de la literatura alemana, que, sin em­bargo, quedó sin terminar. Ya en sus años de universitario había conocido a Jane Welsh, muchacha de ingenio brillante y condiciones económicas superiores a las suyas, con la que casó finalmente; pero según muestran sus cartas publicadas, el matrimonio no constituyó una unión feliz, en parte debido al intolerante y colérico temperamento de C.

En 1833-34 apareció por entregas Sartor Resartus (v.), singular no­vela que Taine juzgó «mezcla de barroco, misticismo, ironías crueles y tiernos moti­vos pastoriles»; a pesar de su aguda origi­nalidad, el libro no despertó mucho interés. En cambio, La Revolución Francesa (v.), publicada poco tiempo después, marcó el principio de la gran reputación del autor, y aun hoy puede considerarse posiblemente el monumento más importante de la historiografía romántica.

En la obra se muestra, en efecto, la verdadera grandeza de C.; la narración está expuesta cual una apasio­nante novela, y los personajes presentan la perfección de un retrato y adquieren re­lieve en cuadros llenos de color y movimiento. Sin embargo, la gran novedad de la obra consistió — en el ámbito del pensa­miento europeo, dominado entonces por el racionalismo — en su estudio de la historia en función de las fuerzas individuales par­ticulares. En torno a C. empezaron a reu­nirse discípulos y admiradores.

A estos años se remontan los dos libros Cartismo (v.) y Pasado y presente (v.), que desarrollan de una manera muy libre las ideas implícitas en La Revolución Francesa. En adelante el autor se proponía interpretar la historia a través de la vida de los héroes y caudillos, según él representantes de la divina reve­lación (v. Los héroes, el culto de los héroes y lo heroico en la historia); y así compuso Cartas y discursos de O. Cromwell (v.), a quien presentaba como fundador de la gran­deza política inglesa, La vida de Sterling y La historia de Federico II de Prusia (v.), que incluso en alemania logró un éxito enorme.

Durante los años de su madurez, las relaciones conyugales del escritor, siem­pre difíciles, mejoraron notablemente. Nom­brado en 1866 rector de la Universidad de Edimburgo, salió hacia esta ciudad para pronunciar el esperado discurso inaugural, y al llegar allí se enteró de la muerte de su esposa. Entonces en el espíritu de C. ardió una desesperada ternura hacia aquella mujer de inteligencia y arrogancia superio­res, sacrificada a su egoísmo y a su tempe­ramento, y movido por tal afecto salieron de su pluma las Reminiscencias y las notas a las Cartas de la esposa, cuidadosamente reunidas y ordenadas.

Al enjuiciar la vasta producción de C. no puede olvidarse su ím­petu lírico, su carácter reflexivo y su in­tenso humorismo, elementos de la elevada y brillante oración en que se resuelve la obra de nuestro autor. Ésta, incluso cuando es historia, ya sea política o literaria, re­sulta siempre una predicación: un recetario de salud espiritual, como un eco de Savonarola ensombrecido también por ciegos fu­rores e intolerancias.

M. L. Astaldi