Nació en Rothley Temple (Leicestershire) el 25 de octubre de 1800, y murió en Londres el 28 de diciembre de 1859. Fue el noveno hijo del filántropo evangélico Zachary Macaulay, conservador y antiesclavista, y se reveló un muchacho prodigio durante los años de estudios en el Trinity College de Cambridge, donde ingresó en 1818 y del cual llegó a «fellow» en 1824. Recorrió un brillante y rápido «cursos honorum». Pasado el examen de abogado en 1826, fue nombrado comisario de bancarrota en 1829, y en 1830 sentóse en el Parlamento como diputado «whig». Después de su primer discurso en la Cámara de los Comunes sobre el «Reform Bill» en 1832, llegó a miembro del Consejo Supremo de la India, donde permaneció durante algunos años, en el curso de los cuales se distinguió por la reforma del sistema educativo y la creación de un nuevo Código, que sin embargo no entró en vigor hasta después de su muerte. Vuelto a Inglaterra con la gran fortuna que su estipendio (10.000 libras esterlinas anuales) habíale permitido ahorrar, se reintegró al Parlamento como representante de Edimburgo.
Fue secretario del Ministerio de la Guerra (1839-41) en el gabinete Melboume, tesorero del ejército (1846-47), y de nuevo miembro del Parlamento (1839-47, 1852-56). En 1857 recibió el nombramiento de par de Inglaterra. Había iniciado su actividad literaria con un ensayo acerca de Milton publicado en 1825 por la Edinburgh Review, de la que Macaulay fue después, a lo largo de veinte años, uno de los colaboradores mejores y más asiduos. Alcanzó gran popularidad con un libro de poesías narrativas, Lais de la antigua Roma (1842, v.), al que siguió, el año siguiente, un volumen de Ensayos críticos e históricos (v.). Sin embargo, su obra maestra es la Historia de Inglaterra (v.), en la que Macaulay trabajó desde 1839, pero cuyos dos primeros tomos aparecieron en 1848, el tercero y el cuarto siete años después, y el último fue publicado póstumo en 1861.
El texto en cuestión obtuvo un éxito sin precedentes como exposición popular de la Historia inglesa, gracias a los méritos de un estilo pintoresco y elocuente, que sigue conservando aún su lozanía y a la presentación algo teatral de acontecimientos y personajes; ello unido a los prejuicios del autor, perjudica notablemente la exactitud histórica de la obra; panegirista persuasivo y satisfecho de su época, Macaulay revela, efectivamente, en la Historia una complacencia victoriana que le induce a matizarlo todo con un rosado optimismo burgués: «La historia de nuestro país durante los últimos sesenta años — escribe — es singularmente la del progreso físico, moral e intelectual». Los restos del autor descansan en la abadía de Westminster.
F. Mei