Sébastien Vauban

Le Prestre, marqués de. Nació en Saint-Léger-de-Foucheret el 15 de mayo de 1633 y murió en París el 13 del mismo mes de 1707. Muy pobre y huérfano, empezó a ganarse la vida como criado del párroco, el cual le dio la primera instrucción. A los diecisiete años ingresó en el ejército de Condé, y dedicóse en particular al estudio y a la práctica de la ingeniería militar; la genial inteligencia que reveló en este cam­po le valió, todavía muy joven, una serie de encargos de notable importancia. En 1653, empero, cayó en poder de las tropas de Luis XIV, y, a instancias de Mazarino, pasó al servicio del soberano, a quien Vauban perma­neció luego fiel hasta su muerte, sin que jamás la adulación cortesana empañara la cristalina limpidez de su carácter. En 1655 fue nombrado ingeniero del monarca.

A él, no menos que al Rey Sol y a Mazarino, debió Francia la espléndida hegemonía man­tenida a lo largo de todo el siglo : a sus sin­ceros consejos y advertencias prodigados al soberano y a los ministros, y gracias a los cuales fue denominado «l’introducteur de la vérité», así como a la defensa material del país, íntegramente dispuesta en el tra­zado de las sabias fortificaciones que todavía hoy dibujan el contorno de aquél, desde Dunkerque hasta Antibes, y llevan el nom­bre del famoso ingeniero. Sin embargo, y a pesar de los cincuenta y tres asedios por él dirigidos personalmente en todos los fren­tes y de las ciento cuarenta acciones bélicas en las que participó y en las cuales recibió diversas heridas, nadie fue, más que él, «hombre de paz», deseoso del bienestar de todos los seres humanos y ocupado sola­mente en defenderlo o conquistarlo también allí donde era llamado a combatir.

En ocasión de las guerras de Italia, en las que participó a instancias del rey, escribía «j’avoue que s’ils pouvaient [les Italiens] chasser les Allemands, les Français, les Es­pagnols totalement de l’Italie, ils feraient fort bien…». Lo mismo que en las empresas bélicas trabajó en las de carácter pacífico; y, así, los canales y diques de Vauban atraviesan todavía los campos de Francia, dentro de cuyos límites naturales exhortara a su so­berano a permanecer, tras el abandono de cualquier afán de conquista. Este soldado excepcional, susceptible de inquietarse ante un solo hombre herido, sentíase angustiado y avergonzado por la miseria a la cual se dejaban abandonados en el gran reino a los humildes campesinos, y la enfrentaba al lujo de Versalles, donde no quiso penetrar jamás. Como sello de su bella vida escribió en 1707 el Diezmo Real (v.), obra maestra de comprensión moderna de la situación económico-social y el más elevado testimo­nio de la conciencia humana ejemplar de su autor.

Sin embargo, el texto no sería llevado a una aplicación práctica, y, más bien, ena­jenó a Vauban la amistad real. Siquiera fatigado, enfermo y desilusionado, no cedió, e hizo imprimir clandestinamente en Bélgica su noble libelo, del cual esperaba, finalmente, la elevación hasta un nivel humano de la condición de todos los humildes; luego hízolo distribuir en Francia. Llególe, con ello, su fin; el rey ordenó la recogida de la pu­blicación, y Vauban no sobrevivió a su amargura. Napoleón, en 1880, ordenó el traslado de su corazón desde Bazoches, donde se hallaba la tumba del célebre ingeniero, hasta el gran panteón parisiense de los Inválidos. Póstumo, en 1739, había aparecido el Tratado sobre el ataque y la defensa de las forta­lezas (v.).

G. Veronesi