Santa Catalina de Siena

Nació en 1347 en Siena y Murió en Roma en 1380. Fue hija de Jacopo Benineasa y de Lapa Piangenti, y ya desde su tierna infancia tuvo arrebatos místicos y sintióse llamada por Dios; ello la obligó a luchar contra la incomprensión de sus familiares, quienes pretendían ca­sarla.

Después de vencer muchas dificul­tades, logró ser acogida en la orden ter­cera de los Dominicos (1363-64). En el con­vento vivió años de duras penitencias, aun­que consoladas por frecuentes apariciones sobrenaturales.

La fama de sus virtudes le dio gran popularidad; pero, sin embargo, no la libró de ciertas desconfianzas surgi­das en los medios eclesiásticos, los cuales la sometieron a vigilancia. En 1375 recibió en Pisa el don de los estigmas, y en 1376 se hallaba en Aviñón, donde trabajó en favor del regreso de los papas a Roma.

Muy intensa fue la actividad de la santa durante esta época; así, recorrió las cortes de toda Italia para predicar la paz, la concordia y la cruzada contra los turcos, y en Roma trató de evitar el cisma. El fervor de su actua­ción pública no disminuyó la intensidad de los éxtasis ni el rigor de las prácticas ascé­ticas, y C., consumida por el ardor y las fatigas, murió a los treinta y tres años.

Dic­tó a algunos fieles discípulos el Libro de la divina doctrina (1378, v.) y muchísimas Cartas (v.), de las cuales conservamos cerca de cuatrocientas, aun cuando no todas ellas son auténticas. Mujer poseedora de una excepcional fuerza de voluntad, gozó de abundante experiencia mística, de cuyos éxtasis y revelaciones nos habla en la ci­tada correspondencia.

Sin embargo, debe su influjo en el mundo político y eclesiástico del siglo XIV sobre todo a la energía y celo con que actuó en los conflictos de la época. Su prosa carece de riqueza técnica, pero se apoya en los infinitos recursos de la imaginación y el instinto de la santa, que frecuentemente confieren a sus páginas tonos encendidos, tumultuosos y casi «ba­rrocos»; y así, la falta de experiencia lite­raria queda suplida en C. por una sensibi­lidad sutil y variada, la eficacia de sus razones, una singular penetración psicológica, la sinceridad de sus efusiones extá­ticas y el ardor de su apostolado ascético, todo lo cual da a su obra momentos de gran intensidad lírica.

G. Petrocchi