Nació en Rávena en 1007 y murió cerca de Faenza en 1072. Monje, cardenal y escritor religioso, figura desde 1828, y por decreto de León XII, entre los doctores de la Iglesia. Tras una infancia desgraciada, fue inclinado al estudio por su hermano mayor, Damián, cuyo nombre, a causa de ello, quiso adoptar.
Enseñó en Parma; pero la vocación a la vida monástica llevóle al monasterio de Fonte Avellana, cerca de Gubbio, hacia 1035. Del cenobio, no obstante, le sacaron muy pronto las necesidades de la Iglesia, entonces perturbada por las intromisiones del poder civil, el nicolaísmo y la simonía. El Santo había ya denunciado la corrupción del clero en el Libro de Gomorra (v.) y, continuando su campaña, indicaba el camino de la perfección (De perfectione monachorum, De contemptu saeculi) o bien desenmascaraba a los corruptores: Contra clericos regulares propietarios, Contra intemperantes clericos, Contra clericos áulicos, etc. (v. Opúsculos).
Y así, no pudo sustraerse a la atención de los pontífices: solicitaron su colaboración Gregorio VI, Víctor II y Esteban IX; este último le nombró cardenal y obispo de Ostia, a pesar de su resistencia. A partir de entonces, el Santo multiplicó su actividad y no eludió responsabilidad alguna; sin embargo, su temperamento no era adecuado a la vida activa ni al desempeño de una labor que había de desarrollarse por los tortuosos caminos de los manejos políticos.
De todas maneras, logró sostener a Nicolás II contra el antipapa Benedicto X, y a Alejandro II contra el falso pontífice imperial Honorio II. Vuelto finalmente a su monasterio, hubo de dejarlo otra vez para el cumplimiento de algunas misiones, como la de lograr la reconciliación de Rávena con la Santa Sede; murió cuando regresaba al cenobio. Entre sus obras, muy numerosas, figuran más de cien cartas, irnos cincuenta sermones, cerca de sesenta opúsculos, himnos (v. Poesías), vidas de santos y oraciones.
En todas prevalece la tendencia ascética y moral, a veces con matices extremadamente rigurosos. Se le ha reprochado haber pretendido curar las llagas del clero sólo con argumentos en particular religiosos y morales, olvidando precisamente su factor esencial, o sea el aspecto político: la falta de una independencia entre la Iglesia y el Imperio.
M. De Benedetti