León I, conocido en la Historia con el apelativo Magno (Grande), ocupó la cátedra de Pedro como sucesor de Sixto III del 23 de septiembre de .440 al 10 de noviembre de 461, fecha de su muerte. Descendiente de una familia tos- cana, pero nacido probablemente en Roma, aquí recibió su formación cultural, literaria y teológica. Ingresado en el clero romano, distinguióse por sus dotes y alcanzó tal autoridad que hasta de muy lejos se acudía a su mediación en cuestiones graves y debatidas; era diácono cuando en 439 fue enviado a la Galia por Valentiniano III para lograr la reconciliación de los dos generales romanos Aecio y Albino, cuya rivalidad amenazaba la paz de aquel territorio. Durante el desempeño de esta misión falleció Sixto III, y, elegido pontífice por el clero y el pueblo de Roma, volvió a esta ciudad, donde fue consagrado obispo de la misma y elevado al solio pontificio. La actividad que desarrolló como jefe supremo de la Iglesia universal extendióse a todos los ámbitos de su jurisdicción.
En la lucha contra las herejías y en defensa de la religión combatió primeramente los restos del maniqueísmo, que bajo formas solapadas intentaba establecer en Italia y Roma a través de los maniqueos de África, fugitivos ante la invasión de los vándalos. En cuanto a España se opuso, mediante la refutación de sus errores en una extensa carta (la XV), a las doctrinas del herético Prisciliano, cuya difusión alarmaba al episcopado de aquel país. Dejó sentir también su presencia y su autoridad contra la herejía de Pelagio. Sin embargo, desarrolló en este aspecto su actividad principal frente a Eutiques y su proposición herética que atribuía en Cristo una sola naturaleza. Al principio, el hereje, protegido por Teodosio II y sus enviados imperiales, pareció conseguir la rehabilitación a través de medios que en el Concilio de Éfeso le valieron la denominación de «latrocinium efesinum»; León, empero, no le dio tregua, y en 451, en el Concilio de Calcedonia, convocado en parte con el apoyo de la emperatriz Pulquería, que había sucedido a Teodosio II, le hizo condenar y logró que todos los prelados suscribieran el documento enviado al obispo Flaviano, en el que se refutaban los errores de Eutiques y se exponía la doctrina católica sobre las dos naturalezas de Cristo.
El texto en cuestión pasó a la historia con el nombre de Tomus ad Flavianum. El pontífice intervino frecuentemente en el campo de la disciplina a fin de corregir abusos que se infiltraban en la organización eclesiástica. En la defensa de Roma contra los bárbaros brilló de manera singular el prestigio de León, quien, a ruegos del emperador, del Senado y del pueblo, salió al encuentro de Atila y consiguió detener su marcha cuando, invadido ya el valle del Po, el bárbaro se aprestaba en Mantua a lanzarse sobre Roma (452). Del vándalo Genserico, llamado por Eudoxia contra Máximo, usurpador de Valentiniano III, logró que fueran evitados a la ciudad incendios y destrucciones, aun cuando no el saqueo, que duró del 14 al 28 de junio de 455. Testimonio de su actividad pastoral son los Sermones (v.), distribuidos según las solemnidades del año litúrgico; sus Epístolas (v.), en cambio, demuestran la trascendencia de este papa en el gobierno general de la Iglesia. Sus restos descansan en la basílica de San Pedro, bajo el altar de la capilla a él dedicada.
G. Lazzati