Nació en Antioquía entre los años 344 y 354, y murió el 14 de septiembre de 407 en Cumana de Capadocia. Fue educado por el retórico Libanio, bautizado probablemente por el obispo Melecio en 369 o 372 y alumno de Diodoro de Tarso. Retirado a la vida monástica, reapareció en Antioquía en el año 381, y allí fue ordenado diácono y luego (386) sacerdote por el obispo Flaviano. En 397, con la protección de Eutropio, el emperador Arcadio lo nombró para regir la sede episcopal de Constantinopla. Orador apasionado (de donde el sobrenombre de «boca de oro») y figura austera, J. C. gozó muy pronto de una inmensa popularidad.
Esto, y la drástica obra de renovación moral emprendida, juntamente con otras razones que han quedado oscuras para nosotros, impulsaron a la emperatriz Eudoxia y a Teófilo de Alejandría a coaligarse contra él: en el «sínodo de la Encina» (ad Quercum: del nombre de una villa junto a Calcedonia, en 403) J. C. se vio depuesto y desterrado. Marchó entonces a Bitinia; pero hubo de ser llamado de nuevo ante las tempestuosas reacciones populares. Fue, sin embargo, brevísima la tregua: el Concilio de Constantinopla de 404 le discutió la legitimidad de su regreso del exilio y volvió a deponerlo y desterrarlo. Marchó primero a Cucuso (en Cataonia); enviado después a Pitiunte, en la parte extrema del Ponto, murió durante el viaje.
La producción literaria de J. C. en tratados, homilías y cartas es abundantísima. Del período antioqueño hay sobre todo tratados: el diálogo Del sacerdocio, las dos exhortaciones A Teodoro, Sobre la compunción, Contra los adversarios de la vida monástica, Sobre la virginidad, A una viuda joven, al no repetir el matrimonio, y las «consolaciones» A Stagirio atormentado por él demonio, Que nadie se condena si no es por sí mismo, A los que se escandalizan por las adversidades, Sobre el orgullo y la educación de los muchachos. Del período constantinopolitano es el De subintroductis; pero desde los primeros años, J. C. elaboró su concepción de la vida civil tomando como ejemplo la sencillez y la pobreza de la vida cenobítica. Es de notar que en esta apasionada exaltación del ascetismo, J. C. no procede a exaltar las privaciones que le son anejas, sino que su aspiración ideal se concreta en una relación social de bondad y comprensión recíprocas.
Así aparece también en las numerosas Epístolas (v.) y en las Homilías (v.), en su mayoría exegéticas (dos series sobre el Génesis, sobre los Salmos, sobre Isaías y quizá también una recopilación de homilías en armenio sobre Isaías, etc.); sobre Juan, sobre las Actas, sobre las Epístolas de San Pablo, y también sobre temas circunstanciales (como las famosas Sobre las estatuas), polémicas (contra los anomeos y los hebreos) o morales. J. C. no fue un teólogo original, pero se adapta con claridad y espontaneidad a los elementos fundamentales de la teología de los Padres capadocios, a los cuales se vincula frecuentemente en la tradición eclesiástica. No es suya la liturgia oriental que lleva su nombre.
G. Giarrizzo