Nació en Londres, probablemente el 23 de febrero de 1632, y murió en Clapham (Londres) el 24 de mayo de 1703. Hijo de un sastre, que había llegado a la ciudad procedente de la región pantanosa del norte de Cambridge, disfrutó de las ventajas de una cuidadosa educación: desde St. Paul’s School y Trinity Hall, pasó como «sizar» (becario) al Magdalene College de Cambridge en 1650. Contrajo matrimonio a la edad de veintidós años con Elizabeth Le Marchant de St. Michel, hija de un prófugo hugonote, y obtuvo el cargo de secretario de Edward Montagu, en cuyo círculo y bajo cuya protección dio sus primeros pasos de la carrera política. Compartió los destinos de este realista que había llegado a ser conde de Sandwich con la Restauración, y, olvidado de su republicanismo juvenil, se inclinó desde entonces a la monarquía de los Estuardos. Habiendo pasado al ministerio de Marina en 1669, defendió valerosamente su actuación contra las acusaciones del Parlamento que atribuía a la desorganización de aquel ministerio los desastres nacionales de 1667 y la destrucción parcial de la flota por obra de los holandeses, tratando así de detener la crisis gubernativa, agudizada también por la gran peste y el incendio de Londres (1665-66).
Esta defensa le valió, en 1673, el puesto de secretario del Almirantazgo y la subsiguiente amistad del duque de York, gracias a cuya influencia, cuando encerrado en la «Torre» bajo la acusación «.whig» de haber tomado parte en la conjuración papista (1679), fue pronto absuelto, rehabilitado y hasta indemnizado. El mismo duque, ahora Jaeobo II, lo repuso en el Almirantazgo, donde se aplicó a poner término a la profunda crisis de la flota e introdujo métodos más eficientes en las construcciones navales y en el abastecimiento de las tripulaciones, con lo que restituyó a la potencia británica su brazo derecho. Estuvo con lord Darmouth en la expedición de Tánger (1683), de la que escribió un importante diario; fue presidente de la Royal Society, de la que era miembro desde 1664; de nuevo secretario del Almirantazgo (1684- 1689), fue encarcelado de nuevo en 1690 acusado de haber conspirado por el regreso del rey (la «glorious Revolution» había obligado a Jacobo II a huir), y puesto en libertad, se retiró a la vida privada. A partir de entonces, compartió las actividades prácticas (en el Christ’s Hospital y en otras instituciones) y las aficiones culturales (fue musicófilo, anticuario y coleccionista de baladas antiguas).
Con las muchas e interesantes notas que obraban en su poder, compuso las Memorias sobre la Marina Real [Memoirs Relating to the State of the Royal Navy, 1690] que, con el diario de la expedición a Tánger, constituyó la obra recordada de él hasta el pasado siglo, y que a duras penas le concedió derecho a figurar en la historia literaria inglesa. Con razón es mucho más famoso su Diario (v.), en el que se registran con absoluta fidelidad los acontecimientos ocurridos desde el 1.° de enero de 1660 hasta el 31 de mayo de 1669 a Pepys y a algunos personajes del círculo del Almirantazgo y de las antecámaras del palacio, próximos a él. Documento personalísimo, y al mismo tiempo espejo precioso de la sociedad de su tiempo, el Diario debió iniciarse el primer día de su cargo en el Almirantazgo, al principio como pura crónica «defensiva» (cada cual se protegía como podía ante las incertidumbres del momento político), pero pronto se convirtió en el confidente secreto del Pepys hombre, además del Pepys funcionario. Mantuvo por ello un carácter de absoluto secreto, escrito en cifra, con palabras extranjeras y signos convencionales sólo comprensibles para el autor; llenó así seis volúmenes de caracteres estenográficos con 8.012 páginas y 800.000 palabras.
Quedó interrumpido en 1869 por un debilitamiento de la vista de Pepys. Dejado en herencia al Magda- lene College, allí permaneció ignorado entre los numerosos volúmenes de la Pepysian Library, donación personal de Pepys a su institución, hasta 1819, cuando fue transcrito e interpretado por John Smith, y publicado en Londres (1825), en una edición fragmentaria e incompleta, que, sin embargo, produjo la indignación de Coleridge, que tachó de «raquítico» al desconcertante autor; en cambio, fue elogiado por Walter Scott. Dotado de un espíritu curioso y chismoso, ponía al desnudo sin vacilar sus más sorprendentes debilidades y se mostraba alternativamente austero y malicioso, serio y burlón, pero no menos atractivo en sus defectos que en sus — raras — buenas cualidades. A pesar de sus indudables limitaciones, el Diario de Pepys ha sido objeto de atenta crítica después de una más completa edición a cargo de Wheatley (1893- 99); una última edición, más cuidada, se encuentra actualmente en marcha, a cargo de F. M. C. Tumer, bibliotecario de la Pepysian Library.
E. Lépore Epifanía