Robert Louis Stevenson

Nació en Edim­burgo el 13 de noviembre de 1850 y murió el 3 del mismo mes de 1894 en su propiedad de Vailina, en Upolu, la principal de las islas Samoa. Conoció una infancia feliz; sin embargo, una salud precaria, heredada de la madre junto con unos ojos lánguidos y profundos y el óvalo puro y femenino del rostro, le obstaculizó el estudio, de suerte que a los ocho años el niño no sabía aún leer ni escribir. Desde los trece hasta los diecisiete siguió al padre en sus viajes, de los cuales regresó con una intensa nostalgia por los países del sol. Se hallaba destinado a la profesión, hereditaria en su familia, de constructor de puentes; muy famoso fue. en este aspecto, su abuelo, quien había realizado el de Bell Rock Lighthouse. No obs­tante, de los estudios de ingeniería náutica no habría de aprovechar sino la íntima fa­miliaridad con la gente y la terminología marineras, típica de sus narraciones.

Antes de entregarse por completo a la literatura abandonó los estudios científicos en favor de los jurídicos, y empezó a practicar la abogacía en 1875. No obstante, cumplidos ya los veinticinco años, dedicaba muy poco tiempo a tal profesión y se interesaba, en cambio, por el estudio de la lengua y del arte de la novela. Por aquel entonces cola­boró en The Cornhill Magazine, y vivió tres años junto con su hermano, conocido artista y crítico, en la colonia internacional para pintores de Barbizon, en Fontainebleau. En 1876, junto con sir Walter Simpson, rea­lizó un viaje en canoa desde Amberes hasta Pontoise, cuya crónica, Un viaje al conti­nente (1878, v.), fue el primer volumen publicado por Stevenson y situó al joven escritor en un lugar privilegiado entre los literatos con­temporáneos. En diversas revistas aparecie­ron al mismo tiempo las historias fantás­ticas de Las nuevas noches árabes (1878, v.) y el curioso ensayo Will o’ the Mili. Un viaje a través de la Francia meridional le proporcionó el tema de Viajes en burro por las Cevennes (1879, v.).

Con Mrs. Osboume, a la cual conociera en la colonia de Barbi­zon, embarcóse hacia California; en Across the Plains figuran las experiencias del extetenuante viaje, seguido por un invierno de pobreza y enfermedad. En 1880 contrajo matrimonio con su amiga, que mientras tanto se había convertido en su mejor cola­boradora; nuevamente cambió la fortuna a su favor; pero no la salud. Entre los di­versos libros iniciados o concluidos enton­ces se halla el más famoso del autor, La isla del tesoro (1883, v.). Los dos años pa­sados en Hyéres no mejoraron sus condicio­nes físicas; y así, en otoño de 1884 se esta­bleció en Bornemouth, donde permaneció hasta 1887. El más significativo de los prin­cipales volúmenes publicados en el curso de este período es El jardín de los versos de un niño (1885, v.), que inauguró un campo nuevo de investigación poética y un nuevo mundo pronto familiar para el lector inglés. A la misma época corresponden también numerosas comedias y «sketches» dramáti­cos, la famosa novela psicológica El ex­traño caso del doctor Jekyll y de mister Hyde (1886, v.), y muchas narraciones de ambiente escocés, evocado por Stevenson con un entusiasmo y una penetración singulares. En 1887 la gravedad de su dolencia pulmo­nar no le permitió encontrar alivio en la costa francesa ni en la inglesa; y así, aban­donó Inglaterra definitivamente y se diri­gió a las regiones invernales de los montes Adirondack, en Lake Saranac.

Antes de par­tir publicó un último y delicado librito de versos, Underwoods. En 1888 emprendió un viaje por el Pacífico meridional, su sueño de tantos años, al cual le atraían el clima suave y la vida exótica y primitiva de las islas polinésicas; tras un bienio de vaga­bundeo por aquellos mares desembarcó en Samoa. Vivió durante seis años en una loca­lidad del archipiélago de este nombre, don­de se interesó por la existencia de los indí­genas, trabajó constantemente en nuevos libros, en colaboración con su hijastro, Lloyd Osboume — The Wrong Bo (1889), The Wrecker (1892) y The Ebb-Tide (1894) —, y compuso una extensa novela, Weir de Hermiston (v.), que quedó incompleta. Fi­nalmente, empero, la actividad constante acentuó de una manera inesperada la do­lencia del escritor, quien murió a los cua­renta y cuatro años en su casita de Vailima (localidad a la que él mismo dio este nom­bre, equivalente a «cinco ríos»). Su tumbase halla en la cumbre de una montaña, de cara al océano Pacífico.

A. Rizzardi