Nació, probablemente, el 28 de octubre de 1869 o de 1870 en la quinta de la Ría de Arosa la Puebla del Caramiñal (Villanueva de Arosa), Galicia, y murió en Santiago de Compostela el 5 de enero de 1936. Ramón del Valle y Peña, éste es su verdadero nombre, por él mismo transformado en Valle-Inclán, con lo que por lo demás se concedía gratuitamente una nobleza, es a la vez la figura más curiosa de la bohemia literaria de su tiempo y una de las personalidades más interesantes de la generación del 98. Pasó su infancia y su adolescencia en su villa natal y cursó los estudios de bachillerato en Pontevedra, y en Santiago la carrera de Derecho, interrumpida para marchar a México. Desde entonces su vida es una mezcla indiscernible de anécdotas, fantasía y realidad; su propia figura física comienza por pertenecer a este especialísimo mundo y Gómez de la Serna dijo de él que era «la mejor máscara a pie que cruzaba la calle de Alcalá»; él mismo se retrató en Alma española: «Este que aquí veis, de rostro español y quevedesco, de negra cabellera y luenga barba, soy yo: Don Ramón del Valle-Inclán.
Estuvo el comienzo de mi vida lleno de riesgos y azares. Fui hermano converso en un monasterio de cartujos y soldado en tierras de Nueva España… Una vida como la de aquellos segundones hidalgos que se enganchaban en los tercios de Italia en busca de ocasiones de amor, de espada y de fortuna». Con extraños trajes y capas, altanero y soberbio, contribuía a aumentar su raro aspecto el brazo que la faltaba, amputado con ocasión de un descuido después del bastonazo que recibió en una discusión con el escritor Manuel Bueno. De vuelta de México en 1985, se presentaba en Madrid con su estrafalario talante, larga barba y cabellera, embozado en su capa como un personaje legendario, romántico y misterioso, convirtiéndose desde entonces en la figura más característica de la bohemia literaria. Su fantasía sin límites le llevaba a dar numerosas versiones de los sucesos. En una ocasión llega a decirnos: «A bordo de la Dalila, lo recuerdo con orgullo, asesiné a Sir Roberto Yones.
Fue una venganza digna de Benvenuto Cellini. Os diré cómo fue, aun cuando sois incapaces de comprender su belleza; pero mejor será que no os lo diga: seríais capaces de horrorizaros». Recuérdense en los inolvidables cuadros de Echevarría y Zuloaga su quijotesco ademán, para comprender que las fronteras entre lo fantástico y lo real y lo posible en la vida y obra de Valle-Inclán son indescifrables. En 1910 marcha de nuevo a México y a América del Sur como director artístico que era de la Compañía Guerrero-Mendoza. Invitado por el Gobierno francés visita Francia y en el frente de Verdun lanza una imponente diatriba contra los alemanes. En 1917 obtiene la cátedra de Estética de la Escuela de Bellas Artes de San Fernando. En 1922 estuvo de nuevo en México. Contrajo matrimonio con la actriz Josefina Blanco de la que tuvo varios hijos. En abierta oposición a la dictadura de Primo de Rivera fue encarcelado (1929). Presidente del Ateneo madrileño en 1931 y poco después director de la Academia Española de Roma, en 1934 regresa a su Galicia natal, donde muere dos años después en una clínica.
La personalidad literaria de Valle-Inclán es peculiarísima. Influido por el modernismo en su primera época siguió posteriormente las corrientes extranjeras, el impresionismo, el simbolismo, el naturalismo; Julio Casares distingue una triple época y manera en su obra: tradicional, la primera; la más personal, la segunda, y de imitación de Eça de Queiroz, de Barbey d’Aurevilly y d’Annunzio, la tercera. Romántico aristocrático, con un poder de evocar sensaciones muy gallego, de cuyo espíritu tomó también un ambiente de misterio y superstición, es en cierto modo un escritor único y acaso el menos español de nuestros escritores. Contemporáneo a la generación del 98, su inclusión en la misma es más formal que auténtica, pues en definitiva no tiene otra nota común que un acusado individualismo. Pero ni por su intelectualismo, sustituido por su casi mágico mundo, ni por su preocupación por Castilla, que él transporta aunque en sentido bien distinto a Galicia, merece incluirse en esta generación.
Su obra poética se inicia, dentro de la corriente modernista de Rubén Darío, en Aromas de leyenda (1907, v.), con un fondo de paisaje, descripciones y nostalgia de Galicia, y acabando algunas de sus composiciones con canciones gallegas. El pasajero (1920, v.) es una evolución formal y de fondo de su primer libro; la nota dolorosa, intimista, se acentúa, los temas transcendentes — «El tiempo es la carcoma que trabaja por Satanás…» — se pierden y tratan de solucionar en un mundo gallego de sortilegios, cruces, fantasías. Su tercer libro, La pipa de Kif (1919, v.), que aunque de fecha anterior, estilísticamente es posterior, aparece en una línea trágico-humanista, conviniendo con la pura lírica. Poesía desgarrada en su forma y en su fondo, parece el canto de cisne del modernismo. Estas tres obras fueron reunidas por el autor en 1930 bajo el título de Claves líricas (v.).
La misma evolución que en la poesía, del modernismo a lo trágico-cómico, se advierte en el peculiarísimo teatro de Valle-Inclán Su teatro poético se inauguró con la representación de la comedia en prosa El Marqués de Bradomín en 1906 y a la que siguen en 1910 las farsas en verso Cuento de abril y Farsa infantil de la cabeza del dragón, en 1912; La marquesa Rosalinda, comedia llena de humor y de gracia, y la tragedia pastoral Voces de Gesta. A un ciclo que pudiera denominarse gallego pertenecen las Comedias bárbaras (v.) (Águila de blasón, 1907; Romance de lobos, 1908, y Cara de plata, 1922) y El embrujado (.1913) y Divinas palabras (1920, v.); aparece en este grupo la Galicia legendaria, sensual, supersticiosa. Dentro ya del ambiente caricaturesco y trágico, con temas pasionales o transcendentales, están las obras La rosa de papel, La cabeza del Bautista, Sacrilegio (1924) y Ligazón (1926). Los esperpentos, denominación dada por el propio autor a Luces de bohemia (1920) y posteriormente a sus obras parecidas, acentúan aún más la nota caricaturesca de su anterior producción: «Mi estética actual es transformar con matemática de espejo cóncavo las normas clásicas — Los héroes clásicos reflejados en los espejos cóncavos dan el esperpento… Las imágenes más bellas en un espejo cóncavo son absurdas».
A esta serie pertenecen la Farsa y licencia de la reina castiza (1920), Los cuernos de don Friolera (1921), la obra maestra de esta tendencia; Las galas del difunto y La hija del capitán (1927). Al igual que la poesía y el teatro, la producción novelística de Valle-Inclán comienza siendo modernista. Se dio a conocer con el libro de cuentos amorosos Féminas (1894), al que siguió Epitalamio: historia de amores (1897) y Cenizas y Adegas (1899). Dentro de este género amoroso está situado -su primer ciclo de novelas: las Sonatas (v. Memorias del Marqués de Bradomín), de Otoño (1902), Estío (1903), Primavera (1904) e Invierno (1905). El personaje central, el Marqués de Bradomín, es un tipo especial de Don Juan «feo, católico y sentimental», recuerda el autor, aristócrata, atrevido, quijotesco y artista. El estilo de las sonatas es brillante, perfecto, verdadera obra maestra del preciosismo estilístico de la época.
El segundo ciclo lo constituyen las narraciones de la época carlista, Los cruzados de la causa, El resplandor de la hoguera y Gerifaltes de antaño (1908-09, v. La Guerra Carlista), de intenso dramatismo, aunque no está concebido, como presupone el tema, como obra de grandes acciones, sino de ambientes más reducidos, campesinos, rurales; la guerra carlista, de tanta ascendencia en la literatura española (Galdós, Baroja, Unamuno), no es para Valle-Inclán, y así es en realidad, un choque abierto de grandes fuerzas ordenadas, sino un dualismo dramático que puso en pugna los más diversos y variados aspectos de la vida nacional. Prolonga esta serie el tercer ciclo narrativo, El ruedo ibérico (v.), que había de ser muy extenso, pero que quedó reducido a La corte de los milagros y ¡Viva mi dueño! (1927, v. El ruedo ibérico), donde aparece ya el característico estilo grotesco, de títeres y muñecos, de espejismos irónicos, al igual que en las farsas y esperpentos.
Mención aparte merece su obra Tirano banderas (1926, v.), enjuiciada por la crítica hispanoamericana como la mejor novela de tema americano y que significa estilísticamente una intensificación casi culminante de su ironía y potencia demoledora. Figura goyesca, Valle-Inclán, a nuestro entender, ofrece el inconveniente de no reflejar con exactitud, en su literatura, su denso mundo espiritual; hay más interés en conocer y saber simplemente de este impenitente bohemio que en intentar descifrarle en su creación literaria. Y es que quizá sean estas especies de mundos las que más se resisten al arte literario: embrujados, demencialmente eróticos, con toda la suerte de sentimientos descabezados que haya detrás de lo estrafalario, quizá sean más pictóricos y musicales que literarios. Obsérvense las continuas alusiones a la musicalidad de las palabras que el propio Valle-Inclán hace para advertir, ya de entrada, el grave obstáculo que para su creación literaria significaría esta preocupación.
En rigor, la musicalidad de .las palabras queda agotada o puede quedar apenas escrita, con el grave inconveniente de absorber en el momento creador las mayores energías. En todo caso la musicalidad de la palabra responde a especiales circunstancias subjetivas muy irreproducibles y de hecho la literatura musical ha tenido una vigencia muy limitada.