Seudónimo del poeta búlgaro Peiu Kračolov, que nació en Čirpan (Tracia) el 1.° de enero de 1877, y murió en 1914 en Sofía. Acosado por el infortunio ya desde su nacimiento, la pobreza de su familia le impidió realizar estudios regulares; y así, vivió una existencia difícil, entre empleos provisionales en el servicio de Correos, la Biblioteca Nacional y el teatro de Sofía, interrumpidos por su participación, en 1902, en la agitación revolucionaria de Macedonia, que le inspiró vibrantes versos patrióticos y sociales (destacan, entre los más bellos, los Cantos haidúticos), y por viajes a Suiza, Austria y, singularmente, a Francia, que enriquecieron notablemente su cultura y su concepción del mundo y le llevaron al simbolismo decadentista del cual fue en su patria el mayor y mejor intérprete. A la triste historia de su vida, integrada por luchas, incertidumbres y humillaciones, corresponde otra de carácter íntimo y más penosa todavía, llena de sufrimientos propios y ajenos, acuciantes ideales inasequibles, tinieblas y terrores, y donde la muerte, misterio angustioso al principio, duda inquietante luego, y meta y refugio al final, pasa a ser la única, cierta, inexorable y pavorosa realidad.
La existencia de J. fue una carrera fatal hacia el abismo, y su epílogo trágico en extremo: dos veces suicida frustrado, bajo el peso insoportable de una horrenda calumnia en la que pareció culminar la dura maldición de su destino, acabó miserablemente sus días entre indecibles tormentos físicos y morales y en las tinieblas de la ceguera que siguió a su primer intento de suicidio. Un mundo oscuro y negro como la noche rodea casi toda su poesía, eterno vagar, lucha perenne y andar espasmódico hacia algo indefinido que no sabe ponerse en contacto con la realidad y contempla la muerte como una liberación. En medio de tanta infelicidad y angustia vibran, entre tonos, colores y ritmos diversos, las más elevadas notas de una poesía que sitúa a J. en la dilatadla serie de los poetas del dolor, de quienes se halla poblado el Parnaso mundial; así cabe inferirlo de todos sus mejores versos, reunidos en Tras la sombra de las nubes (1934, véase).
A. Cronia