Poeta argentino nació en San Justo (provincia de Buenos Aires) en 1854 y murió en La Plata en 1917. Maestro rural en Chacabuco, Mercedes y Trenque-Lauquen, y funcionario de la Cámara de Diputados. Lírico romántico en la etapa en que se anuncia y desarrolla el modernismo, reacciona violentamente contra las corrientes innovadoras de su época, y por enemiga al esteticismo, exagera lo vulgar y truculento de su lenguaje. Porque no es un escritor culto, pero tiene más formación de la que pretende mostrar. Su personalidad es verdaderamente contradictoria: mal gusto y vigor lírico; egocentrismo y megalomanía, junto al sentido altruista y amor a la «chusma».
Es un predicador en verso (y también en prosa), más ingenuo que pedante, que podríamos engarzar como piedra menor en la línea literario – filosófica Gracián-Valle Inclán-Unamuno, porque sus aristas y defectos no llegan a invalidar sus humanos y líricos valores. La influencia de su poesía en las generaciones jóvenes ha sido muy intensa y aún se le estima y lee hoy día (v. Poesías). Su pesimismo vigoroso también se refleja en su prosa, en la que más que doctrina filosófico – moral, sienta juicios y afirmaciones de tono epigramático (Evangélicas). Pero no importan sus contradicciones, ni su altivez exagerada, ni su ensañamiento con las ideas Dios, hombre, universo, progreso y sociedad; ni tampoco lo deslavazado y hasta caótico de sus concepciones y de sus construcciones: lo que importa en Palacios es su vigor al exponer y al sentir, y su sinceridad; lo primero es generalmente aceptado, pero lo segundo es muchas veces discutido. Lo cierto es que nuestro autor, pese a su egolatría, a su romanticismo decadente y a sus pretensiones de vulgaridad, es una figura lírica y humana de valor singular en las letras y el pensamiento argentinos.
J. Sapiña