Nació el 4 de enero de 1772 en París y murió el 10 de abril de 1825 en Véretz. Oficial de Artillería, durante las campañas napoleónicas recorrió las ciudades italianas; pero no con el semblante despótico del invasor, antes bien a impulsos de una devoción inteligente de humanista culto y honorable.
Descubrió en Florencia un largo fragmento inédito de Dafnis y Cloe (v.), cuya traducción llevó a cabo, por vez primera, en 1809; luego se le derramó un frasquito de tinta sobre el original, por lo que de tal pasaje sólo conservamos su copia.
Siempre amante de Italia, permaneció a placer en ella y con atenta inclinación escribió acerca de este país en sus admirables Cartas de Francia y de Italia (v.). Hijo de un rico propietario de Turena, que le indujo a la carrera militar, dejó que le dieran, con dócil e irónica pasividad, una ocupación cualquiera: lo oficial, en realidad, «no le interesaba».
Mas en cuanto hombre recto, inteligente y abierto, la protesta manifestóse en él bajo la forma estricta del libelo cada vez que, levantando los ojos de la lectura de los textos griegos, sentíase acuciado por los infinitos desequilibrios y absurdos de la vida social a denunciar inexorablemente los abusos de los más fuertes — quienes, con ello, no hacían sino ahogar el recuerdo de la Revolución — contra los indefensos y humildes moradores del campo entre los cuales vivía; sus famosos Panfletos (v.) le valieron la cárcel más de una vez.
Soldado por espacio de quince años, pasó de Roma a Marsella, luego a París y, más tarde, volvió a Italia. Establecido finalmente en Véretz, en una extensa propiedad suya situada entre bosques y junto al río Loira, contrajo matrimonio y se dedicó con más fervor al estudio de los clásicos. Pero precisamente entonces sus continuas y vivas «intervenciones» a través de libelos, cartas y peticiones en favor y defensa de los campesinos le ocasionaron más de una molestia.
En 1821 fue encarcelado por vez primera en Santa Pelagia, después de publicar el Simple discurso, el más célebre de sus opúsculos de crítica; sin embargo, no por ello enmudeció. No fácil de conformar ni indiferente, fue considerado algo pendenciero y no gozó de muchas simpatías.
Murió un atardecer en medio de sus campos, mortalmente herido por un disparo que se atribuyó a un sicario de sus enemigos políticos; no obstante, la confesión de un moribundo reveló, años después, que la bala había sido disparada por un campesino amante de la señora Courier.
G. Veronesi