Profeta hebreo, autor del libro homónimo (v.). Él mismo, al comienzo del primer capítulo, nos da noticias acerca del tiempo de su predicación y sobre su familia: «Palabras del Señor dichas a Oseas, hijo de Beeri, en el tiempo de Ocias, de Joatan, de Acaz, de Ezequías, reyes de Judá, y en los tiempos de Jeroboam, hijo de Joás, rey de Israel». El Señor comenzó a hablar a Oseas y le dijo: «Anda, cásate con una mujer ramera y ten hijos de fornicación…». Se trata de una transfiguración simbólica — que significa la relación de amor e infidelidad entre Dios e Israel — de una vida doméstica infeliz. En efecto, la mujer, Gomer, tuvo de otro hombre un hijo que Oseas creyó suyo y al que llamó Jezrael («Amado por el Señor»), y después una hija, Lo-Ru-chama («La-no-compadecida») y otro varón, Lo-Ammi («Pueblo-no-mío). Los nombres demuestran que ya Oseas había descubierto la infidelidad de su mujer, la cual, en efecto, poco después huyó con un amante: Oseas la compró de nuevo como esclava y la mantuvo relegada.
Si hasta aquí no es fácil distinguir con claridad entre los hechos reales y la alegoría, es evidente en cambio el ambiente de la predicación de Oseas: perteneciente a las tribus del norte, su voz se dejó oír en el reino de Israel poco antes de la muerte de Jeroboam II (743 a. de C.), en el momento de la catástrofe de Samaría, pre- dicha por Amos (v.) unos años antes. El profeta combate las bien conocidas tendencias idolátricas del reino septentrional y el culto del becerro de oro (una polémica que tendría en Jerusalén sabor arcaico), llamando a su pueblo a la piedad interior, a la devoción espiritual que lo unirá a Dios en unos esponsales de amor: «¡Oh Israel! conviértete al Señor, Dios tuyo; porque por tus maldades te has precipitado». La presunta tumba de Oseas se encuentra en el monte que lleva el mismo nombre, y todavía los beduinos le ofrecen sacrificios.
P. De Benedetti