Autor del libro bíblico (v.) homónimo. Nació en Babilonia en la primera mitad del siglo V a. de C. en el seno de una familia de deportados, fue copero en la corte de Artajerjes I (465-424) en Susa. Las tristes noticias, comunicadas por su hermano Hanani, acerca de la situación de Jerusalén, falta de murallas defensivas y presa de astutos intrigantes religiosos y políticos, le sumieron en un profundo desaliento del que se dio cuenta el mismo soberano. Nehemías nos cuenta la historia de su empresa, verdadera anticipación del sionismo de los siglos futuros: « ¿Cómo no he de estar triste, cuando la ciudad que guarda los sepulcros de mis padres está desierta y consumidas sus puertas por las llamas?».
El rey de Persia le permitió que marchara a Jerusalén con el cargo de «pehah» o gobernador en la primavera de 445, con cartas reales para los sátrapas. Dotado de un valor indómito y de una energía extraordinaria, sin dormirse en los laureles, y previniendo la hostilidad de las poblaciones circundantes, visitó de noche los muros derruidos para tener una idea exacta del trabajo que exigía su reconstrucción. Convocados los ancianos, les impulsó a reparar inmediatamente las brechas de los baluartes; le fue señalada a cada familia su participación en el gran taller hierosolimitano. Nehemías, indiferente al peligro de los atentados personales, alentaba a todos con el ejemplo. La rapidez desconcertó a los enemigos; los obreros «sostenían la herramienta con una mano y la espada con la otra». Los vigías estaban prontos a señalar con las trompetas las eventuales incursiones samaritanas.
Tras 52 días solamente, Nehemías pudo celebrar la reconstrucción de la muralla nacional. Pero quiso, además, restablecer la moral decaída en aquellos años de servidumbre. Y en efecto, tras una breve estancia en Persia (433- 424), regresó a Jerusalén y prohibió los matrimonios con mujeres no israelitas, vía continua de infiltraciones paganas. Expulsó del templo al amonita Tobías, que había establecido en él un verdadero mercado, protegió a los pobres contra la rapacidad de los ricos proclamando una condonación general de deudas. A veces se mostró áspero con los culpables, les hizo golpear y cortar barba y cabellos y les cerró las puertas de la ciudad. Leyó la Torah ante el pueblo que había vuelto del destierro y de la dispersión a la ciudad, con la ayuda del Esdras (v.), y renovó la alianza con el Señor, poniendo su firma al frente del documento. Murió en fecha desconocida, probablemente en Jerusalén, pronunciando las confiadas palabras que cierran su libro: «Acuérdate de mí ¡oh Dios mío! para mi consuelo. Así sea».