Mihály Vitéz Csokonai

Nació el 17 de noviembre de 1773 en Debreczen, donde murió el 28 de enero de 1805. En 1781 ingresó en el famoso colegio calvinista de la ciudad, y ya allí se distinguió por su talento precoz, logrando a los veintiún años desempeñar un cargo docente.

Sin embargo, en 1795 hubo de abandonar la escuela, debido a su «con­ducta indisciplinada». A partir de entonces, su vida exterior no fue sino una peregri­nación continua en busca de los medios para situarse o, por lo menos, del apoyo de cual­quier mecenas.

Su amor propio, su descon­certante originalidad y su libertad gozosa de eterno muchacho dificultaban su acogida por la buena sociedad; al mismo tiempo, la tiranía del poder político le tenía alejado de los problemas de la vida pública.

Y así, C. iba refugiándose cada vez más en el mundo de la fantasía y como primer bohe­mio de la literatura húngara, pasando por encima de las estrecheces de la existencia cotidiana, se entregaba con toda el alma a apasionadas exploraciones del reino sin lími­tes de la belleza y el pensamiento.

Poeta docto y sensible a las más diversas influen­cias literarias nacionales y extranjeras, supo mantener una inconfundible personalidad en todos sus versos, en cuyos matices re­sulta extraordinariamente variado; desen­frenado o reflexivo, galante o tosco, diver­tido o sabio, sarcástico o entusiasta, aparece siempre igualmente persuasivo.

No menor es la diversidad de sus formas: escribió unas doscientas composiciones poéticas, en ochenta metros distintos (v. Cantos a Lilla, La inmortalidad del alma); y lo que sus coetáneos sólo podían soñar, o sea una poe­sía musical, constituyó la expresión natural de C. La causa de que ni así lograra con­quistar el favor del público, a cuyo afec­tado gusto rococó repugnaban los tonos in­tensos y las notas sensuales, residía en la exuberante vitalidad y la desarrollada conciencia de la realidad propias del autor, que le inducían a no separarse nunca de la tierra y a mezclar de vez en cuando, in­cluso en los versos más etéreos, alguna ima­gen grosera o cualquier palabra inconve­niente.

Lírico por excelencia, dejó también una obra maestra de la épica; el primer poema cómico húngaro, Dorotea o la vic­toria de la¿ mujeres en carnaval (v.). Tras larga enfermedad falleció en casa de su madre, en Debreczen, mientras realizaba su última lectura: un tratado de matemáticas.

E. Várady