Nació en Kiel el 23 de abril de 1858 y murió en Gotinga el 4 de octubre de 1947. Hijo de un profesor universitario de Derecho, estudió Matemáticas y Física en las universidades de Munich (tres años) y de Berlín (un año), resultando más influenciado por los trabajos escritos de R. Clausius que por las lecciones de H. von Helmholtz y de G. Kirchhoff. Consiguió la licenciatura (1879) y el permiso de docencia (1880) y enseñó en calidad de profesor libre en Munich, hasta que (1885) fue llamado a desempeñar la cátedra de Física teórica en la Universidad de Kiel — lograda por la publicación El principio de la conservación de la energía [Das Prinzip der Erhaltung der Energie, 18871 —y posteriormente la cátedra correspondiente en la Universidad de Berlín (1889). Allí trabó relaciones de amistad con Helmholtz, quien fue el primero en descubrir su genio. Desde 1894, por iniciativa de Helmholtz, entró en la Academia prusiana de Ciencias de Berlín, de la cual fue uno de los cuatro secretarios permanentes desde 1912 hasta 1943.
Desde 1897 se había dedicado con gran éxito a la aplicación de los dos principios fundamentales de la termodinámica en el ámbito de la termoquímica y de la electroquímica con las obras Manual de termo – química general [Grundriss der allgemeinen Thermochemie, 1893] y Lecciones de termodinámica [Vorlesungen über Thermodynamik, 1897]; posteriormente concentró sus estudios sobre la radiación del calor y el 19 de octubre de 1900 presentaba a la Sociedad Física de Berlín la ley de las radiaciones con el informe En torno a una corrección de la ecuación espectral de Wien [Uber eine l’erbesserung der Wienschen Spektralgleichung, 1900] y comunicaba a la misma el 14 de diciembre del mismo año las consecuencias teóricas de aquella ley en Para la teoría de la ley de distribución de la energía en el espectro normal [Zur Theorie des Gesetzes der Energieverteilung im Normalspektrum, 1900], es decir, que a través de la materia y la radiación la energía se transforma sólo en cantidades proporcionales a la frecuencia de la radiación. La teoría de los quanta, así formulada por Planck, constituye la base de una de las más fecundas hipótesis de la historia de la ciencia; su enunciado produjo una auténtica revolución en la descripción física del mundo y fue el punto de partida de la física moderna.
Planck intentó largamente coordinar el «quantum h» descubierto por él y considerado como una de las más importantes constantes naturales, con la teoría clásica; pero el fracaso de tales esfuerzos le convenció de la necesidad de nuevos métodos de cálculo, los cuales fueron desarrollados por E. Schrödinger y otros. Continuando la investigación del absoluto, considerada por él como finalidad de su vida — cfr. Autobiografía científica [Wissenschaftliche Selbstbiographie, 1948] — se ocupó Planck también de un modo muy activo de la teoría einsteniana de la relatividad, plenamente apoyada por él desde 1908: véase a este propósito Para la dinámica de los sistemas en movimiento [Zur Dynamik be- wegter Systeme, 1908]. Combatió el positivismo, que consideró científicamente estéril, como demuestra en su escrito Sobre la teoría machiana del conocimiento físico [Zur Machschen Theorie der physikalischen Erkenntnis, 1910].
Aun prosiguiendo los estudios en el campo de la termodinámica — por ejemplo, en El principio de Le Chatelier y Braun [Das Prinzip von Le Chatelier und Braun, 1934] —, su investigación se va orientando cada vez más, a través de sesenta y siete años de estudios y enseñanza universitaria, hacia los problemas del conocimiento y del espíritu, por ejemplo, la relación entre la religión y las ciencias naturales, entre causalidad y libertad, entre mundo sensible y mundo real. Todavía poco antes de su muerte, levantó Planck su voz admonitoria en Sentido y límite de las ciencias exactas [Sinn und Grenzen der exakten Wissenschaft, segunda edición 1947] y reiteró la urgente amonestación de paz, surgida del invento de la bomba atómica y de sus víctimas. Planck se elevó a la más alta cumbre de la gloria científica: fue Premio Nobel de Física en 1918, presidente de 1930 a 1937 de la Sociedad Emperador Guillermo para el incremento de las ciencias, que en 1948 se tituló con su nombre, varias veces doctor «honoris causa» y miembro de numerosas academias y sociedades científicas; fue además amante del alpinismo y de la música, en la que encontraba distensión a su espíritu.
Pero no le fueron ahorradas por otra parte las más dolorosas pruebas de la existencia humana: espectador de una doble tragedia de su pueblo, tuvo una vida familiar apesadumbrada por múltiples lutos: la muerte de su primera mujer en 1909, la pérdida de cuatro hijos habidos en su primer matrimonio, la muerte de otro hijo en 1945, víctima del terror nazi; la pérdida, en la segunda Guerra Mundial, de todo su patrimonio y, con él, de su precioso diario. Este Néstor de la ciencia alemana murió en 1947, casi a la misma edad que Alejandro von Humboldt, y con el cargo, desde 1930, de canciller de la orden «Pour le mérite» que el mismo Humboldt había tenido antes, profundamente llorado con rara unanimidad por todo el mundo de la cultura, no sólo como genial investigador sino también como hombre noble y sabio, como afirmó de él en su discurso conmemorativo Max von Laue, el que entre sus discípulos le sigue más de cerca.
K. R. Biermann