Nació en Bilbilis (actualmente Catatayud) hacia 40 d. de C. El año 64 dirigióse a Roma, donde trabó amistad con sus compatriotas Séneca (v.) y Lucano (v.), quienes poco después, descubierta la conjuración de los Pisones, fueron obligados a suicidarse. Conoció la amarga vida de cliente, y obtuvo escasos auxilios de sus ricos protectores a cambio de elogios y adulaciones. Una modesta casa en el Quirinal y una pequeña propiedad en Nomentum no aliviaron las estrecheces del poeta. Esta vida penosa y oscura se prolongó hasta el año 80, fecha en la cual dedicó a Tito, que inauguró el anfiteatro Flavio (el Coliseo), Los espectáculos, uno de los quince libros que integran el conjunto de los Epigramas (v.); el emperador concedióle el «ius trium liberorum», privilegio que no había de enriquecerle. Bajo Domiciano publicó once libros de epigramas, y, como requería su condición, no dejó de adular al cruel tirano.
Tras la muerte de éste (96) procuró adaptarse al gusto del nuevo emperador, Nerva, moderando la adulación y empleando un lenguaje más puro; dedicó al soberano una antología de los libros X y XI. Como no tuviera éxito, abandonó definitivamente la capital, de la que hacia el año 88 había salido ya una vez en dirección a la Galia Cisalpina, donde escribiera su tercer libro. Marcial pasó los postreros años de su vida en Hispania, junto a una rica amiga, Marcela, que le aseguró una existencia tranquila, distinta de la que aguardara, pero no obstante, acomodada; allí compuso el último de sus libros de epigramas, y murió en torno a 104. Marcial quiso que su poesía tuviera por tema al hombre y fuera el espejo de la sociedad romana.
Ajeno a los juicios generales y a la actitud de maestro de vida moral, este provinciano, que se adaptó a la vida de la capital sin aceptar sus concepciones y asimiló las enseñanzas de los clásicos de la literatura latina (singularmente de Ovidio, Catulo y los demás epigramáticos), no quiso someterse a demasiados esquemas convencionales y supo contemplar a sus contemporáneos con una absoluta indiferencia, no falseada por el resentimiento o la adulación. Dio al epigrama la forma que entre nosotros ha quedado como definitiva, o sea la de una composición breve, incisiva, a menudo satírica y rematada con un rasgo inesperado. A las enseñanzas de Marcial han acudido siempre, directa o indirectamente, los epigramistas de la Edad Media, del Renacimiento y de la época moderna.
F. Codino