Escritor y político colombiano nació en la aldea de Hatoviejo, hoy Bello, Antioquía, en 1856, y murió en 1927. Sanín Cano alude a su «nacimiento irregular», que le impidió ordenarse sacerdote tras haber cursado estudios en el seminario de Antioquía. Desempeñó en su mocedad diversos cargos subalternos: portero de la Biblioteca Nacional, empleado del Banco de Colombia, de un colegio, etc.; pero jamás abandonó el estudio y pudo así irse formando una sólida preparación, especialmente en lo que se refiere a los problemas del lenguaje y del derecho internacional. Cuando en 1881, con motivo del centenario del nacimiento de Andrés Bello, fue convocado un certamen conmemorativo, nuestro autor obtuvo la medalla de oro con su Ensayo sobre la Gramática de don Andrés Bello, que publicó la Academia Colombiana en 1884 y se editó al año siguiente en Madrid con algunos comentarios y «con una advertencia y noticia bibliográfica de Miguel Antonio Caro».
La personalidad de Suárez adquirió así relieve en el mundo de las letras y no tardó en adquirirlo en el campo de la política, en el que su posición conservadora de hombre de Derecho lo fue llevando a los puestos de diputado, senador, ministro de Instrucción Pública y de Relaciones Exteriores, y presidente de la República (1918-1921), cargo que abandonó antes de que expirara su mandato, ante el feroz ataque de que era objeto en el Congreso. Sus últimos años fueron los más fecundos de su vida literaria, pues los dedicó esencialmente a la redacción de los Sueños (v. Sueños de Luciano Pulgar). Pese al gran interés de esta extensa y variada serie de trabajos, no desmerecen junto a ella las series de Escritos, la primera de ellas aparecida en 1914, y la otra, después de su muerte (1935); dos selecciones de Escritos se publicaron en 1942 y 1954. Polígrafo lo llama Carlos García Prada con plena justificación.
El cachorro político de Rafael Núñez era un hombre de Derecho, y no son precisamente lo menos brillante de su obra sus estudios sobre problemas jurídicos internacionales; y aunque se discuta apasionadamente su significación y su actuación política, nadie ragetea méritos al inteligente filólogo, al ensayista de El Quijote y El Positivismo, al autor de El castellano en mi tierra (1910), al crítico literario de Pax (novela de Lorenzo Marroquín), al autor de los variadísimos, amenos y punzantes comentarios de los Sueños, que si no emuló ni venció a los fray Luises y a Valdés, como pretende hiperbólica e innecesariamente uno de los críticos citados, es un ilustre escritor que continúa dignamente la tradición literaria de Bernat Metge y de Quevedo.
J. Sapiña