Nació en Le Havre a fines de 1607 y murió en París el 2 de junio de 1701. Recibió una sólida instrucción que completó con la apasionada lectura de las novelas bucólicas de la época. Junto con su hermano Georges (v.) llegó a París en 1639; también con él estuvo en Marsella de 1644 a 1647. Luego regresaron ambos a la capital de Francia, donde prosiguieron la colaboración literaria iniciada en 1641 con la novela Ibrahim ou L’illustre Bassa, aparecida bajo el nombre de Georges; entre 1649 y 1653 compusieron El gran Ciro (v.), típico producto del espíritu preciosista. Madeleine había sido preciada honra del Hôtel de Rambouillet por su cultura y su talento, aun cuando no por la belleza, de la que, desgraciadamente carecía. Cuando hacia 1653 declinaron los bellos días del «salon» de Rambouillet, pusiéronse de moda los «samedis» de Scudéry, cuya tertulia estaba dirigida por los académicos Chapelain y Conrart; pronto, empero, habría de ocupar en ella un puesto de honor Pellisson (v.), con quien la madura Safo (nombre bajo el cual apareciera en y rus) establecería una amistad amorosa que duró hasta la muerte y conoció las finuras y sutilezas sentimentales expuestas en la Carte du tendre
. Mientras tanto, la ilustre autora componía su otra novela famosa, Clelia, historia romana (1654-61, v.), no menos célebre que Le grand Cyrus. La fortuna de los «samedis» empezó a declinar a partir de 1659, tras la sátira de Las preciosas ridiculas (v.) de Molière; posteriormente seguirían los ataques de Boileau. Sin embargo, Scudéry brillò todavía durante algún tiempo en la pequeña corte del superintendente Fouquet, y la fama siguió difundiendo por toda Europa el nombre de la autora de Cyrus y Clélie, «première fille du siècle» y «merveille du monde». Recibida en la corte, disfrutó, con su Pellisson, de los favores del soberano; mantuvo una activa y amplia correspondencia, logró el premio de la Academia en un concurso oratorio acerca de La gloria, y publicó algunos tomos de Conversacionest morales (1680-92), que, unidos a la útil recomendación de Mme. de Maintenon, le procuraron ima pensión real (1683). Incluso los moralistas más severos, como, por ejemplo, los jansenistas, quienes habían deplorado la fácil moral de las novelas, participaron entonces en el coro de alabanzas. En 1688 aparecieron nuevas Conversations. Anciana y sorda, la «merveille du monde» seguía escribiendo aún, recibía visitas procedentes de toda Europa, y no advertía, posiblemente, el ocaso de su gloria, que ha quedado como signo característico de una época.
G. Alfieri Todaro Faranda