Luigi Cherubini

Nació en Florencia el 14 de septiembre de 1760, murió en París el 15 de marzo de 1842. Décimo de los doce hijos de un maestro de clavicordio del Teatro de la Pérgola, de Florencia, aprendió de su padre los rudimentos musicales.

A los nue­ve años inicia los estudios de composición con Bartolomeo y Alessandro Felici y después con Pietro Bizarri y Giuseppe Castrucci. A los trece años escribe su primera obra importante, una Messa in re, ejecutada en Florencia, y a los dieciséis había compues­to tres Messe, dos Dixit, un Magnificat, un Miserere y un tedeum, además de un ora­torio, tres cantatas y otros trabajos meno­res.

Su habilidad indujo al Gran Duque Leopoldo de Toscana a asignarle (1778) una pensión que le permitiera completar sus estudios con Giuseppe Sarti en Bolonia. Cua­tro años estuvo con Sarti, acompañando al maestro en una gira por Italia y escribien­do las partes secundarias para las óperas de éste.

En 1780 se le encarga a Cherubini la pri­mera ópera, Quinto Fabio, para Alejandría. Siguieron a ésta Armida abbandonata (1782), Adriano in Siria (1782), Mesenzio, re d’Etruria (1782), Lo sposo di tre, marito di nes­suna (1783), Idalide (1784) y Alessandro nelle Indie (1784). Las óperas de este perío­do nos muestran a un Cherubini todavía muy li­gado al estilo de la escuela napolitana y es precisamente su fama de compositor típica­mente «italiano» la que le proporciona una invitación de Londres (1784).

Allí representa La finta principessa (1785) y Giulio Sabino (1786) y durante un año desempeña el car­go de compositor del rey. En julio de 1786marcha a París, donde traba amistad con Viotti, y fue tal la acogida que le dispen­saron, que decidió establecerse allí defini­tivamente.

Ingresó en la masonería y escri­bió para su logia, a ejemplo de Mozart, la cantata Amphion (1787). En febrero de 1788 representó en Turín Ifigenia in Aulide. Le llegó el turno después a Demofoonte (v.), con libreto de Marmontel, representado en la ópera de París el 5 de diciembre: el éxito fue más bien discreto, aunque Cherubini había iniciado precisamente con esta obra su labor de renovación que debía proseguir con Lodoiska (1791) y Elisa (1794) y culminar con Medea (1797, v.).

Las tres constituyeron otros tantos grandes éxitos y coinciden con el período de más intensa actividad de Cherubini en París. Mientras Elisa es un típico ejem­plo de «comédie larmoyante» romántica­mente ambientada, Lodoiska, y todavía más Medea, señalan la definitiva consolidación de la personalidad de nuestro autor: expre­sión controlada y contenida, vastos frescos corales, poderosos incisos dramáticos, vigor plástico de imágenes y de caracteres, una música que nace de la nobleza de la idea y de la secreta intensidad del sentimiento, sin fáciles concesiones a la realidad común y contingente.

En esta íntima riqueza re­side también el secreto de la versatilidad de Ch: Les deux journées (1800) marcan un momento más sencillo e inmediato, di­ríase más terrenal, en la producción del compositor. Después de Anacreonte o El amor fugitivo (1803, v.) y otros trabajos menores, Cherubini, cada vez más descontento de París, donde su oposición a Napoleón le había relegado al simple rango de «Inspecteur des études», marcha a Viena (1805), acogido con las más vivas manifestaciones de estimación por Haydn y por Beethoven.

En Viena representa con gran éxito Faniska (1806), pero la guerra es llevada allí, al cabo de poco tiempo, por Napoleón, y Cherubini se ve obligado a preparar conciertos para la corte del emperador francés. Re­gresa a París amargado y abandona la acti­vidad creadora.

Una casualidad hace rena­cer en él la alegría de la composición: es la Messa in fa para la iglesia de Chimay (1808). A continuación vienen Pigmalione (1809), Il crescendo (1810), Les Abencérages (1813), que señalan su adiós al teatro y el retorno casi definitivo a la música religiosa; a la Misa solemne en re menor (v.), de 1811, seguirán en 1816 la Messa solenne in do y el Requiem in do minore, la obra maestra de Cherubini en el campo de la música sacra.

La selecta cualidad del contrapunto, la riqueza de las estructuras no se resuelven en un vacuo academicismo: la firmeza consciente de la forma aparece veteada de temblores y abandonos, nutrida de incisiones y de contrastes, en una concepción compacta y esencial, que nace de una íntima y profunda conmoción, que ahonda sus raíces en la ex­periencia de la vida, transfigurándola.

Con­tinúan después, entre 1817 y 1825, otras mú­sicas sacras, entre ellas tres Messe solenni, las Litante della Vergine y el gran Kyrie in do minore. Mientras tanto, Cherubini se dedica también a la música instrumental: la pri­mera ocasión se la había proporcionado la invitación de la Sociedad Filarmónica de Londres, para la cual escribió la Sinfonía in re maggiore (1815). Posteriormente com­pone los seis Quartetti (1815, 1829, 1834, 1835, 1836 y 1837) y un Quintetto (1837).

Su nom­bramiento de director del Conservatorio de París (1822), en el que ya enseñaba compo­sición desde 1816, le pone en contacto con toda la nueva generación musical francesa, a la que hace de maestro: ello le expone a los injustos ataques de Berlioz, quien le acusa de pedantería, haciendo de él el símbolo del academicismo conservador.

Los últimos diez años de su vida pueden resu­mirse así: un rápido retorno al teatro con Ali Baba (1833); la publicación de Corso di contrappunto e fuga (1835); el segundo Requiem (1836), escrito para sus propios funerales; la dimisión como director del Conservatorio (4 de febrero de 1842), a con­secuencia de un conflicto administrativo, y cinco semanas después su muerte, en medio de la consternación de toda Francia, que tributó a Cherubini solemnes honras fúnebres, como uno de sus hijos predilectos, pese a que siempre había conservado la ciudadanía italiana.

C. Marinelli