Nació el 21 de abril de 1771 en París, donde murió el 7 de junio de 1840. Gracias a la protección de Mme. de Lambaile, de la que su padre era secretario, pudo representar una tragedia (Méléagre) ya a los diecisiete años. El éxito inmediato perjudicó posiblemente su talento, que se abandonó a la facilidad y prodigóse con exceso. Lemercier, empero, tuvo un carácter altivo e independiente, y ello le permitió mantenerse fiel a los ideales republicanos, tanto bajo Napoleón, a quien negó el juramento, como durante la restauración borbónica. Tartufe révolutionnaire (1795), Agamennon (v. Agamenón), dos años después, y Pinto o la jomada de una conspiración (1800, v.) marcan el quinquenio más fecundo de su actividad.
Luego, con la inquietud espiritual que siempre le caracterizó, fue alejándose de los modelos clásicos, y logró conservar el contacto con el público, al que apasionó con sus audacias. La misma pasión exuberante hacia el teatro y una idéntica experiencia estilística revelan las obras posteriores, quizá, empero, no tan convincentes como las primeras; así, Plauto o la comedia latina (1808, v. Asinaria), Isule et Orovèse (1803), La démence de Charles VI (1814, aun cuando no representada hasta 1820), Charlemagne (1816), Saint- Louis (1818), Clovis (1821), Frédégonde et Brunehaut (1821), Richard III et Jeanne Shore.
Posiblemente con mayor interés, pero también con excesivo intelectualismo, dedicóse a la composición de algunos poemas en los que parece haber llegado en ciertos momentos al romanticismo de la poesía histórica, rica en imágenes y solemnes evocaciones, que más tarde culminaría en La leyenda de los siglos (v.) de Víctor Hugo: Les quatre métamorphoses (1799), Les agês français (1803), L’Atlantiade ou la théogonie newtonienne (1812) y Panhypocrisiade (1819-1832). El autor de la Légende fue precisamente su sucesor en la Academia Francesa, de la que Lemercier era miembro desde 1811.
C. Falconi