Nació en Atenas, probablemente hacia 440 a. de C. Su padre, Céfalo — presentado en la República (v.) de Platón como persona rica, simpática e inteligente—, había abandonado Siracusa, su ciudad natal, para establecerse, tras la invitación de Pericles, en la capital del Atica, donde permaneció treinta años en calidad de meteco, o quizá de isoteles (en una situación, por lo tanto, privilegiada respecto de la de los meros emigrados protegidos). En Atenas Lisias pasó la infancia y fue educado junto a los atenienses de las familias más ilustres. Algún tiempo después de la muerte de su padre marchó a Italia con sus hermanos Polemarco y Eutidemo (o, posiblemente, sólo con el primero de ambos), y participó en una emigración de colonos atenienses a Turioi, donde vivió como ciudadano hasta el año 412, y parece haber sido instruido en la retórica por el siracusano Tisias.
Tras la derrota ateniense en Sicilia y la insurrección de los aliados, el partido antiático forzóle a salir de la colonia junto con trescientas personas más; y así, volvió a Atenas. Según Aristóteles (Cic., Brutus, 48), enseñó durante algún tiempo el arte de la elocuencia; luego abandonó la teoría — en cuyas sutilezas se veía superado por Teodoro de Bizancio — en favor de la práctica. Indudablemente, dedicóse a la enseñanza del año 412 a 404; pero no por necesidad — puesto que en su patrimonio familiar figuraba, entre otros bienes, una manufactura de escudos con ciento veinte esclavos — sino por vocación. La llegada de los Treinta al poder resultó perjudicial para los hijos de Céfalo; en las dramáticas páginas del discurso Contra Eratóstenes (v.), pronunciado personalmente por Lisias tras la restauración democrática para obtener justicia respecto de uno de los principales responsables de la muerte de su hermano, reviven los episodios del secuestro de los bienes, la detención del orador y de Polemarco, la huida del primero y el fin de su hermano.
Refugiado en Megara después de haber eludido la persecución de los Treinta, Lisias participó activamente en la lucha contra éstos; proporcionó armas y dinero a los desterrados, reclutó a mercenarios e incluso indujo a uno de sus huéspedes a la aportación de dos talentos. Como recompensa a los servicios prestados a la patria, al quedar restaurada la democracia, el jefe de ésta, Trasibulo, propuso la concesión de la plena ciudadanía al orador; sin embargo, Arquino impugnó el decreto votado por el pueblo alegando irregularidades de procedimiento, y Lisias, quien no consiguió hacer prevalecer frente al acusador sus merecimientos, pasó el resto de su vida en Atenas como isoteles.
En vista del quebranto sufrido por su patrimonio familiar, empezó a ejercer la profesión de logógrafo; dedicóse, por lo tanto, a escribir discursos para clientes que se presentaban ante el tribunal con el fin de acusar o defenderse; puesto que el derecho ático ignoraba la institución de la abogacía en su moderna acepción, los mismos interesados pronunciaban ante los jueces las peroraciones, cuya composición, no obstante, confiaban a técnicos de fama. La actividad de Lisias en este aspecto resultó prodigiosa; de los cuatrocientos treinta y cinco discursos que se le atribuían (sólo han llegado hasta nosotros, salvo cierto número de fragmentos, treinta y cuatro, y no todos de su paternidad indiscutible) considerábanse auténticos doscientos treinta y tres, y se decía, además, que sólo en dos ocasiones había perdido la causa confiada a su pericia.
Justamente célebres por la claridad de la composición y la delicadeza psicológica con que son presentados los distintos personajes, las oraciones de Lisias (v. además Por el inválido y Sobre la muerte de Eratóstenes) constituyeron en Grecia un no superado ejemplo del «genus dicendi» tenue que en Roma había de elevar César a su nivel máximo. El último de los discursos de nuestro orador conservados, si bien en estado fragmentario, y fechado con seguridad (En favor de Ferenico) debe situarse entre los años 382 y 379. De admitir en el debatido problema de los límites cronológicos la información de Dionisio de Halicarnaso (De Lysia, 12) que habla de la muerte de Lisias a los ochenta años, habría tenido lugar ésta hacia 360.
U. Albini