Nació en Atenas hacia el año 390 y murió en 324 a. C. Perteneciente a una ilustre familia cuyos orígenes hacíanse remontar al dios Poseidón, luego de haber sido oyente de Platón pasó a la escuela de Isócrates; y, si resulta difícil percibir en ella influencia de las enseñanzas platónicas, a no ser que se pretenda hallarla en su inspiración moral elevada y severa, su elocuencia, en cambio, revela evidentemente la huella de las lecciones isocráticas. La escuela de Platón fortaleció posiblemente la admiración hacia la oligárquica Esparta, tradicional en la aristocracia ateniense, en el espíritu de Licurgo, quien aprobó y realizó en absoluto el ideal espartano de la sujeción del individuo al Estado, e incluso en su norma de vida adoptó, por disciplina moral, un rigor perfectamente lacedemonio. En la lucha contra Macedonia sostuvo y auxilió al partido de los patriotas, que nada querían saber de acuerdos con el enemigo; y cuando, tras la infausta batalla de Queronea (338 a. de C.), Atenas aprestó para la resistencia extrema todas sus energías, Licurgo fue el alma de esta labor de resurgimiento.
Nombrado lo que en nuestros días llamaríamos ministro de Hacienda y Obras Públicas, restauró la economía ateniense, espantosamente empobrecida por el esfuerzo bélico y la política demagógica de su predecesor; doce años se mantuvo en tan difícil cargo, en cuyo período llevó a cabo admirables obras de carácter utilitario y, al mismo tiempo, otras destinadas al embellecimiento de la ciudad, y dedicó especiales cuidados al culto y al arte dramático. La elocuencia, que empezó a cultivar después de la batalla de Queronea y de su elevación a la dignidad mencionada, constituyó un complemento de su actividad política y no fue en él fruto de una disposición natural, ni tampoco de una facilidad de improvisación — circunstancia que le acercaba a Demóstenes, a quien vinculábale, además, la comunidad de ideales—: le hicieron orador una obstinada fuerza de voluntad movida por el espíritu de sacrificio, un estudio intenso, una intransigente conciencia del deber, un ardiente patriotismo y una imperiosa necesidad de denunciar a los culpables de los menoscabos o perjuicios ocasionados a la patria. Orador judicial generalmente en calidad de acusador, riguroso, inflexible e inexorable, dijóse de él lo que ya se aplicara a Dracón, o sea que mojaba su pluma: no con tinta, sino con sangre.
No es de extrañar, pues, que entre los diez jefes exigidos a los atenienses por Alejandro apenas llegado éste al trono después de la destrucción de Tebas figurara Licurgo; la intervención del íntegro Foción y la clemencia del vencedor ahorraron, empero, tal vergüenza a Atenas. Como cualquier hombre honrado, nuestro personaje no careció de enemigos; y así, numerosas veces hubo de comparecer en juicio, aun cuando siempre salió absuelto. Enfermo y próximo a su fin, se hizo llevar al templo de Cibeles, y luego a la cercana residencia del Senado con el fin de rendir cuentas de su administración; en tal ocasión logró refutar las calumnias del acusador, Menesecmo, su sucesor en la dirección de la hacienda. Vuelto a su casa, cerró en paz los ojos en 324 a. de C., afortunadamente antes de serle dado contemplar la ruina de la patria y el hundimiento de sus ideales. Recibió una sepultura honorable, costeada públicamente, en el Cerámico y entre los ciudadanos beneméritos de la patria.
El mismo acusador que habíale obligado, casi moribundo, a la rendición de cuentas llamó a juicio poco después de la muerte de Licurgo a sus hijos alegando un déficit del erario debido a la administración precedente; condenados a una multa que no se hallaban en condiciones de pagar, fueron encarcelados; afortunadamente, intervinieron en su defensa Hipérides y Demóstenes, compañeros de luchas políticas y de ideales del padre, quienes interpusieron su autoridad para lograr la pronta libertad de aquéllos. Posteriormente rindióse justo tributo de gratitud a la memoria de Licurgo en 307. a de C., cuando en la ciudad, libre ya tras los diez años del dominio de Demetrio Falereo, quedó restablecido, gracias a Poliorcetes, el gobierno democrático: el orador Estratocles hizo votar al pueblo un decreto, llegando hasta nosotros, en el que se rendía homenaje a las virtudes cívicas de Licurgo y decidíase la erección de una estatua de bronce en el ágora, a la inscripción en estelas de mármol expuestas en lugares visibles de todas las leyes y decisiones suyas, y se favorecía a sus herederos. De Licurgo se recuerdan quince discursos, todos ellos posteriores a la batalla de Queronea; se trata de apologías de su propia gestión administrativa, de oraciones sobre temas relacionados con la religión, y de acusaciones públicas, algunas de fondo religioso y siempre de notable interés político. Por desgracia, sólo ha llegado entero hasta nosotros el discurso Contra Leócrates (v.).
E. Malcovati