Nació en Tarbes el 16 de abril de 1854 y murió en Combs-la-Ville el 2 de noviembre de 1919. Hijo de una familia austeramente tradicionalista y vinculada a las magistraturas, y destinado al principio a la carrera eclesiástica, luego de unos severos estudios clásicos llevó a cabo el primer acto de rebelión al trasladarse a París para trabajar exclusivamente en la literatura militante. Adepto del simbolismo de Rimbaud, del que admitió sobre todo los fermentos revolucionarios, alcanzó pronto cierta notoriedad, singularmente en los medios literarios «decadentes», debida a la obstinación y a la rigurosa lógica a través de las cuales pretendió considerar íntimamente vinculados el antitradicionalismo poético y el más violento anticonformismo social.
Sus dos obras iniciales (las colecciones de poesías Le jardín des revesi, 1880, y Vitraux, 1891, luego reunidos en Poemas elegiacos, 1907, v.) presentan, en realidad, un carácter parnasiano. Pronto, empero, adoptó una forma poética mucho más holgada, en la que las reminiscencias de la cultura clásica se unían a la desenvoltura propia del verso libre y animaban con un espíritu satírico infatigable, dirigido en particular contra la reaccionaria y retrógrada estupidez «burguesa». Por aquel entonces, en cuanto defensor de las ideas literarias más ardientes y entusiastas de los atentados anarquistas parisienses, se había convertido en un personaje pintoresco del París «.fin de siglo», y llegó a tener cinco duelos en dos meses y a ser detenido (con gran satisfacción suya) como cómplice de los terroristas. Las dos colecciones poéticas de esta época Au pays du mufle (1891) y À travers les grouins (1899) aparecieron reunidas posteriormente en Poèmes aristophanesques (1904).
A su publicación alcanzaron un éxito algo escandaloso; sin embargo, leídas hoy revelan una originalidad meramente externa y verbal, y su artificioso lenguaje resulta más bien aburrido. Durante los últimos años de su vida, el poeta se dedicó a la composición de traducciones y adaptaciones de clásicos (de Plauto en particular), todas ellas valiosas, y también a la crítica literaria, en la que su sincero amor a la poesía y la solidez de sus conocimientos filológicos le permitieron dejar páginas muy notables.
M. Bernard