Karl von Clausewitz

Nació en Burg el 1.° de julio de 1780 y Murió en Breslau el 16 de noviembre de 1831. Situado entre los si­glos XVIII y XIX, concretó, sobre premisas racionalistas, las tendencias que habrían de provocar la unificación de alemania.

Aun los episodios de su misma vida permiten presentarle como ejemplo a las generaciones de la pasada centuria. Ingresó en 1801 en la Escuela Militar de Berlín, y en 1809 fue nombrado profesor de la misma y jefe de sección del Ministerio de la Guerra.

Dedi­cóse entonces a la reorganización del Ejér­cito; pero cuando en 1812 el rey Federico Guillermo III hubo de ceder ante Napoleón y Prusia convirtióse en aliada formal de este último, C. marchó a Rusia para seguir luchando contra Francia, y alentó esperan­zas de que el zar Alejandro I libraría a Pru­sia del dominio napoleónico.

Tras la batalla de Leipzig, que marcó el fin de la influen­cia francesa en alemania, escribió, por encargo de Gneisenau, La campaña de 1813 hasta el armisticio [Der Feldzug von 1813 bis zum Waffenstillstand]. En 1815 dirigió un cuerpo prusiano en Waterloo y luego rea­nudó sus actividades normales: en 1818 fue nombrado director de la Escuela Militar de Berlín y, más tarde, jefe de Estado Mayor en Polonia.

En su tratado sobre el arte mi­litar, De la guerra (1832-37, v.), se anticipó a la estrategia que luego los generales ale­manes aplicarían con gran habilidad en las campañas de 1866 y 1870, decisivas para la unificación del país. En ello consiste la mo­dernidad de C., quien, sin embargo, parte de premisas propias del siglo XVIII, identi- ficables sobre todo en la gran importancia que atribuye al «genio del jefe» en cuanto a la marcha de la guerra.

A tal criterio, todavía pragmatista, une la opinión de que el conflicto bélico no puede ser considerado episodio ajeno en absoluto a la vida de un pueblo: en realidad, la guerra no queda nunca reducida, a su juicio, a una mera acción táctica o estratégica, por cuanto en ella pesan de manera definitiva los valores morales. En esto, pues, C. anuncia clara­mente el siglo XIX, que, en efecto, supo comprenderle muy bien.

F. Catalano