Pocas e inciertas son las noticias que poseemos acerca de la vida de este escritor latino, nació en Cádiz y contemporáneo de Séneca, quien le recuerda por la agudeza de su ingenio y la profundidad de su doctrina.
Según parece, floreció en los tiempos de Claudio y Nerón. Al principio hombre de armas y tribuno militar de la legión VI «ferrata» en Siria, luego retirado a la vida privada, establecióse en Italia, donde adquirió terrenos y casas en el Lacio y Etruria y se dedicó por completo a la agricultura, vocación que heredó de su tío paterno Marco, «hombre de ilustre doctrina y diligentísimo cultivador en la provincia bética», lo que le llevó no sólo a la investigación y al estudio de los antiguos modelos clásicos griegos y latinos, sino también al conocimiento de las prácticas para el cultivo de los campos, su ocupación preferida y que desempeñó hasta su muerte.
Es una figura de elevado nivel moral y limpio cuño latino, que supera la preceptiva empírica escolástica, se afianza como técnico y erudito al mismo tiempo y madura en los libros y perfecciona sobre la tierra su experiencia y espíritu de agricultor. De todo ello nace el gran, tratado en doce libros acerca de la Agricultura (v.), que, en su forma ampliada y definitiva — originariamente era más breve —, aparece como el más completo e interesante manual agronómico llegado hasta nosotros procedente de la Antigüedad.
A la obra en cuestión precedió otra integrada por mayor número de libros, Contra los astrólogos [Adversus astrólogos], que, sin embargo, no alcanzó éxito en la posteridad, ya que posiblemente en ella no se empeñó tan a fondo el espíritu del autor, quien en De re rustica ofrece lo mejor de sí mismo.
El campo es, para C., el gran teatro de la «vida, que recibió del creador del mundo perpetua fecundidad», y la agricultura una fuente de bienestar social, elevación humana y pureza de costumbres.
En estas normas morales y espirituales, según el estilo virgiliano, de la vida y el arte campesinos, fundamentan su lozanía y su vigor los dictados de C., que, si bien inspirados en sus elementos técnicos y expositivos en la tradición literaria de Catón, Varrón, Higino, Virgilio — de quien prosiguió en el libro X el tratado de los «huertos», interrumpido en el cuarto de las Geórgicas—, Celso y otros, están también animados por un calor personal y una sincera y madura experiencia, además de ofrecer un estilo superior al de los predecesores en tersura, agilidad y exposición.
Por ello C. fue leído con gusto en épocas posteriores a la suya, desde los tiempos de Plinio, Gargilio Marcial y Paladio hasta la Edad Media y el Renacimiento; muchos de sus preceptos conservan todavía valor y eficacia de máximas.
C. Riposati