Nació en París el 25 de agosto de 1846, murió en Dinard-Saint-Enogat el 26 de diciembre de 1917. Hija de Théophile G. (v.) y de la cantante italiana Ernesta Grisi, se crió en medio del agitado mundo artístico de la segunda mitad del siglo XIX francés.
Pasó su infancia y su adolescencia, excepto poquísimos años de colegio, en plena libertad; conoció la intimidad de grandes escritores de su tiempo: Gérard de Nerval, Baudelaire, Flaubert, los Dumas, los Goncourt y Bainville, que nuestra autora retratará después, en sus aspectos más inéditos, en sus interesantes recuerdos (v. Recuerdos de una parisiense). Primero en París, y más tarde en su casa de Neuilly, bullía en torno suyo una ruidosa y continua multitud de artistas, de literatos, de periodistas, de músicos, de pintores, de escultores. En su casa se celebraban recepciones, tertulias, pequeños espectáculos, danzas y fiestas.
Por último, su relación con un mandarín chino, acogido en la casa por su padre Theóphile compadecido de su miseria, determinó la orientación definitiva de las facultades poéticas de J. El insólito maestro le abrió las puertas de las bellezas misteriosas del arte oriental en las que se sumergió J., adquiriendo una extraña competencia sobre aquella cultura y aquel mundo lejano y refinado. A los diecisiete años, con el seudónimo de Judith Walter, publicó El libro de jade (v.), recopilación de poesías inspiradas o traducidas de originales chinos. En 1870 se casó con el poeta Catulle Mendés, del que se separó pronto, volviendo a tomar su nombre de soltera. En 1869 había publicado una novela, El dragón imperial, cuadro singular de las agitaciones intestinas de China.
De ese modo se convirtió en iniciadora de Oriente y, puede decirse, en una de las mayores reveladoras de aquel mundo exótico, a través de una serie de novelas, traducciones, descripciones más o menos fantásticas no sólo de China, sino también del Japón, de la India, de Persia, en las que se despliega, con un colorido verdaderamente oriental, un conocimiento sorprendente. Escribió algunos dramas, uno de ellos en colaboración con Pierre Loti; pero su mérito consiste sobre todo en haber enriquecido la herencia del romanticismo paterno renovándolo al contacto con la poesía y las leyendas orientales: leyendas cuya seducción confirmó con Perfumes de la Pagoda (1919). Mujer bellísima, inspiró a Wagner una de sus más ardientes pasiones, y ella fue entusiasta admiradora del músico, participando fervorosamente en las batallas para la introducción de su obra en Francia.
E. Cassa Salvi