Joshua Reynolds

Nació en Plympton (Devonshire) el 16 de julio de 1723 y murió en Londres el 23 de febrero de 1792. Fue el décimo de los once hijos de un eclesiástico, cinco de los cuales fallecieron todavía muy jóvenes. A los diecisiete años ingresó como aprendiz en el estudio de Thomas Hudson, donde adquirió una buena técnica de retra­tista. De 1743 a 1749, período anterior a su estancia en Italia, ejerció su profesión en el condado natal; entre los años 1744 y 1746 trabajó asimismo en Londres. La mayoría de las obras de esta época no revelan mé­ritos particulares, y en realidad parecen no perseguir otro objetivo que el de ganar dinero; algunas, sin embargo, ofrecen un interés cromático más acentuado, y un es­tilo próximo al de Alian Ramsay. Con su amigo el comodoro (luego almirante y viz­conde) Keppel, desembarcó en Italia en enero de 1750, y permaneció en Roma hasta mayo de 1752, año en el cual regresó a la patria por tierra deteniéndose brevemente en Florencia, Parma, Bolonia, Venecia y París; a principios de 1753 fijó su residen­cia en Londres.

Su larga estancia en Roma resultó decisiva en la formación de su arte: la continua familiaridad con las obras de Rafael y Miguel Ángel y con la escultura antigua permitióle superar los estrechos límites del ambiente artístico nativo me­diante el ejemplo de una gran tradición, a la que se aproximó con humildad; en los principios de este «gran estilo» decidió ins­pirar su reforma del arte del retrato inglés. A la imposición de tales normas dedicó la segunda parte de su carrera, que culminó en la fundación de la Academia Real (Royal Academy) en 1768. Tras su regreso a Lon­dres conoció un éxito casi inmediato, y hacia 1755, saturado de encargos, hubo de recurrir a auxiliares; llegó a ser el pintor de moda, y, con su revolución del gusto inglés, hizo aparecer anticuados a los pinto­res de la generación anterior. El cuadro que afianzó la reputación de Reynolds fue el retrato del comodoro Keppel (1753-54), cuya acti­tud se halla inspirada en la del Apolo del Belvedere.

El artista aplicó en realidad, con finura extremada, al arte del retrato un método alusivo destinado a un público culto, que permitía reconocer en sus pin­turas de personajes contemporáneos postu­ras y atributos de obras clásicas; el pintor denominó «citación» a tal procedimiento, que defendió de las acusaciones de plagio. De acuerdo con este sistema, la duquesa de Manchester, por ejemplo, aparece represen­tada como Diana en el momento en que se apodera del arco de Cupido (quien presen­taba los rasgos propios del hijo de la dama); Lady Blake era una Juno que recibía el cinturón de Venus (tema inspirado en una estatua romana); el cuadro «Et in Arcadia ego», de Guercino, sugirió al pintor la acti­tud de dos señoras junto aúna tumba; y la famosa actriz Mrs. Siddons recordaba a las sibilas de Miguel Ángel. De tal suerte Reynolds llegó a ser el creador de un estilo «heroico» y teatral del retrato que ofrecía un notable contraste respecto de la manera natural de Gainsborough.

 

En aquél los valores pictóri­cos aparecen unidos a los culturales, sim­bólicos y literarios; los hombres son eleva­dos a un nivel heroico mediante símbolos inspirados en las circunstancias de su pro­fesión, y las mujeres a través de imágenes mitológicas que las presentan como versio­nes de Hebe, Juno, Diana, Minerva. A par­tir de la exposición de 1769 casi todas las obras importantes de nuestro autor fueron expuestas en la Academia, de la que Reynolds era también presidente. Su admiración por Mi­guel Ángel le indujo a tratar (Royal Aca­demy, 1773) el tema dantesco de Ugolino, que, según se creía, pudo haber inspirado al gran artista florentino; ese cuadro de Reynolds marcó en Inglaterra una fecha de trascen­dencia en el movimiento romántico y el renovado culto a Dante. Junto a dichos temas heroicos y académicos, en 1773 co­menzó a darse en la obra del pintor un género más templado e íntimo, una de cuyas expresiones es «La muchacha de las fresas» (Strawberry Girl); tal estilo en tono me­nor, que el artista no apreciaba demasiado, ejerció pronto una poderosa influencia en el gusto popular. En ciertas ocasiones una sutil inspiración humorística presidió la mezcla de ambos procedimientos; así, por ejemplo, en la representación de Master Crewe como Enrique VIII, cuadro en el que un señorito moderno aparece bajo la acti­tud y el aspecto de la célebre pintura de Holbein.

El retrato más ambicioso de Reynolds fue el de la familia del duque de Marlborough (en Blenheim Palace), que figuró en la ex­posición de la Academia de 1778; se trata de la obra inglesa más monumental en su género, y constituye la lección práctica más completa del «gran estilo» del retrato dada por el presidente de la mencionada entidad cultural. Sin embargo, el ejemplo de Gains­borough, quien había llegado a Londres en 1774, y un viaje a Flandes y Holanda reali­zado durante el verano de 1781 inclinaron a Reynolds hacia maneras menos académicas e inspiradas, sobre todo, en el ejemplo de Rubens; los resultados de ello pueden verse en el retrato de la duquesa de Devonshire y de su hija (Academy, 1786): a la actitud clásica sugerida por lo ejemplar y lo eterno ha sucedido el gusto de lo momentáneo y contemporáneo. Las obras posteriores a 1780 habrían de inspirar a Hoppner y Lawrence; los retratos de Joshua Sharpe y de Lord Heathfield son las mejores muestras de esta fase tardía de Reynolds, quien jamás dejó de desarrollar los recursos de su arte, por lo menos hasta la debilitación de su vista, que empezó en 1789, y la pérdida del ojo iz­quierdo, que le obligó a abandonar los pinceles.

Falleció víctima de un tumor he­pático. El vigor intelectual de nuestro píntor, así como su afinado sentido plástico, queda bien patente en sus Discursos (v.). En 1764, junto con el doctor Johnson (v.), fundó el Literary Club, al que pertenecie­ron los ingenios más famosos de la época.

M. Praz