Nació en Montignac-le- Comte (Guyena) el 7 de mayo de 1754, y murió en París el 4 del mismo mes de 1824. En Toulouse recibió una formación religiosa; no obstante, llegado en 1778 a la capital de Francia, sufrió muy pronto la influencia de los «philosophes» y conoció a Diderot, quien inspiróle el proyecto de un ensayo sobre la benevolencia universal (del que se conservan algunos fragmentos). Reunió apuntes para un elogio de Cook, participó en la «anglomanía» contemporánea y se interesó por las artes figurativas. Al principio adhirióse a las ideas de la Revolución, y pareció hacer profesión de «ateísmo»; sin embargo, no tomó parte activa en la vida política de aquellos años, y sus opiniones, debido en parte al desarrollo de los acontecimientos revolucionarios, sufrieron una evolución que él mismo definiría como «retorno a los prejuicios».
Luego se convirtió en uno de los amigos más íntimos de Chateaubriand, a quien ayudó con sus sabios consejos durante la redacción de El genio del cristianismo (v.). No publicó nada, y dedicó su existencia al estudio y a la reflexión; los frutos o sugestiones de ello figuran en sus cuadernos (v. Colección de pensamientos), iniciados ya en su primera juventud y redactados luego con una constancia cada vez mayor durante la madurez. En el curso de la época imperial pareció abandonar en parte su aislamiento cuando Fontanes, director de Instrucción Pública, le hizo consejero suyo y nombróle inspector general de las escuelas, cargos que dejó de ejercer en la Restauración. Espíritu sutil y delicadamente femenino, halló su mejor consuelo en la amistad de algunas mujeres como Pauline de Beaumont y Madame de Vintimille. Victorine de Chastenay dio de él la definición más lograda : «Un alma que por casualidad ha encontrado un cuerpo y se las arregla como puede».
A. Pizzorusso