Nació en Póvoa de Varzim el 25 de noviembre de 1845 y murió en París el 16 de agosto de 1900. Después de Castelo Branco, nuestro autor, más artista y sutil, dominó la novela portuguesa del siglo pasado con su espíritu cosmopolita, la ironía, la agudeza de observación, la técnica realista y, sobre todo, el estilo dúctil, musical y convincentemente moderno.
Fue hijo natural (de donde, según ciertos biógrafos, su repugnancia a la expansión y su apego al mundo objetivo) y en 18ó6 graduóse en Leyes en Coimbra; en 1869-70 realizó un viaje a Egipto, y un año después participó en las conferencias del Casino Lisboeta que marcaron una etapa en la vida cultural y literaria del país mediante la defensa, en particular, del realismo y de la función social del arte.
Ingresado en la carrera diplomática, fue cónsul en La Habana (1872), Newcastle (1874), Bristol (1878) y París (1888). Desde lejos, el ambiente portugués le pareció angosto, provinciano y susceptible de la caricatura y la sátira violenta. Como Flaubert, osciló siempre entre la fantasía (quimera, exotismo, temas medievales) y la fidelidad a lo real.
Los ataques dirigidos contra el romanticismo a través de la irrisión se transforman a veces en autocrítica y autocompasión, como ocurre en el relato José Matías. Bajo la influencia de los románticos septentrionales, a la cual se unió la de los franceses modernos (Hugo, Nerval, Baudelaire), las Prosas bárbaras (1866) anuncian, por los motivos tratados y la novedad del estilo, el simbolismo francés.
Sin embargo, poco después Eça De Queiroz se dedicó al análisis de la vida social e inauguró la etapa realista con Singularidades de una muchacha rubia (1873, v.), y sobre todo con El crimen del padre Amaro (1875-76, v.); siguieron luego El primo Basilio (1878, v.), El mandarín (1880, v.), Los Maya (1880, v.), La reliquia (1887, v.) y La correspondencia de Fradique Mendes (obra escrita hacia 1891 e impresa en 1900, v.).
Si bien los personajes de este autor carecen a veces de una intimidad profunda, su descripción de ambientes y su caracterización de tipos resultan, no obstante, admirables. La fase de crítica implacable y violenta quedó sustituida luego por otra conscientemente constructiva (con un cambio, sin embargo, más bien de método que de finalidad), a la que no fue ajena la reacción idealista y nacionalista de los últimos años del siglo XIX.
Aparecieron así La ilustre casa de Ramires (1900, v.) y La ciudad y las sierras (1901, v.). Las últimas páginas (1912), leyendas de santos, constituyen un documento del gusto por lo sencillo, ingenuo y maravilloso, pero encierran también (S. Cristóvão) la lección del cristianismo operante, social y de sello franciscano.
J. Prado Coelho