Poeta ecuatoriano nacido en Guayaquil (1780-1847). Hizo sus estudios en Lima, donde fue profesor de Literatura, y luego se incorporó al Cuerpo de Abogados de Quito en 1809. Secretario de su tío, el obispo de Huamanga, que había sido designado miembro de la Junta Central de Sevilla, se embarcó rumbo a España, pero tuvo que detenerse en México porque la Junta Central había sido disuelta (1811); mas en el mismo año, elegido diputado por Guayaquil a las Cortes de Cádiz, llegó a dicha ciudad española. Olmedo era patriota y liberal, partidario de la independencia y devoto admirador de Bolívar, pero su vida se ve afectada con frecuencia por paradójicas contradicciones: ama la tranquilidad de la vida privada y se ve lanzado a la vida política y diplomática, como diputado, como triunviro en Guayaquil (1820), como representante de Perú en Londres y en París (1825) y como prefecto de Guayas (1830); y se ve en el trance de rechazar la secretaría de Relaciones Exteriores de Colombia (1828) y la vicepresidencia del Congreso, y después, apoya a Flores, preside el Congreso de Ambato (1835), vuelve a la lucha contra Flores en 1845 y presenta su candidatura a la presidencia de la República aunque es derrotado por un mínimo margen.
Partidario de la independencia y de la autonomía de Guayaquil, transigía con su incorporación a Perú, mas tuvo que aceptar la unión inicial con Colombia por respeto y devoción a Bolívar. Neoclásico a lo Meléndez Valdés, escribe su delicado soneto A la muerte de mi hermana, su oda Al árbol, su Elegía en la muerte de la Princesa de Asturias, su Alfabeto para un niño y su Canción indiana, composiciones descollantes entre un conjunto que se acerca al centenar. Pero la patria y la política le empujan a escribir dos grandes cantos en los que se advierte más la influencia de Quintana y hay indudables anticipos de romanticismo: Canto a Bolívar (v.) y Al general Flores, vencedor de Miñarica (v. Poesías de Olmedo).
Hasta en el citado Canto a Bolívar hay algo singular a este respecto: canta la victoria de Junín, la victoria decisiva en la lucha del héroe por la independencia de América; pero resulta que no es ésa la batalla definitiva, sino la de Ayacucho, acaudillada por Sucre, y el poeta utiliza entonces el recurso poético de la profecía para salvar elegantemente la situación. Y de esta vida contradictoria, resulta algo casi paradójico: su gran devoción literaria fue la traducción del Ensayo acerca del hombre de Pope, ¡y no pudo llegar más que a la tercera epístola! José Joaquín Olmedo es el gran clásico de la epopeya hispanoamericana. Menéndez Pelayo lo sitúa, a veces, por encima de Bello y de Heredia.
J. Sapiña