Nació en Valladolid el 18 de enero de 1893. Residió en Suiza y estudió Filosofía y Letras en Madrid y Granada, graduándose en 1913. En 1924 se doctora en aquella Facultad después de visitar Alemania y de haber sido lector de español en la Sorbona (1917-1923). Más adelante lo fue en Oxford. Obtuvo la cátedra de Literatura española de la Universidad de Murcia (1925), de donde pasó a la de Sevilla tres años después. Ocupó este último puesto hasta que, acabada la guerra civil, pasó a los Estados Unidos, en cuyas universidades profesó la misma disciplina y de las que actualmente está jubilado. Colaboró en las más importantes revistas intelectuales españolas («España», «La Pluma», «índice», «Revista de Occidente», etc.) y posteriormente en las hispanoamericanas. Ha traducido a Paul Valéry (tradujo su «Cementerio marino») y a Jules Supervielle y, a su vez, su poesía ha sido también traducida. En 1927 fundó y dirigió, en colaboración con Juan Guerrero Ruiz, en Murcia, la revista «Verso y prosa».
En esta revista expuso su poética en carta dirigida a Fernando Vela desde Valladolid en 1926. Con Valéry creía que poesía pura «es matemática y es química… y todo lo que permanece en el poema después de haber eliminado todo lo que no es poesía». Según esta declaración, como Gerardo Diego, «a lo puro lo llamo simple, me decido resueltamente por la poesía compuesta, compleja, por el poema con poesía y otras cosas humanas». Y agrega que esta poesía pura con referencia a la realista y sentimental, «resulta todavía, ¡ay! demasiado inhumana, demasiado irrespirable y demasiado aburrida». Su poesía de 1919 a 1928 aparece en Madrid, editada por «Revista de Occidente», en este último año, con el título de Cántico (v.). En 1932, en la Antología de Gerardo Diego aparecían de Guillén la poesía «Ardor», que antes había editado en París Altolaguirre en 1931. Cántico de Guillén contiene una poesía de segundos términos que la convierte en difícil, pero que hace de este poemario el libro cumbre de su generación. Es una poesía de sugestiones, sin verbos. En el poema «Cima, rosas, balcón» leemos: «Tallos. Soledades ligeras. Balcones en volandas? Montes, bosques, aves, aires…».
Busca muchos motivos en la matemática: «La ciudad de los estíos» está loca de geometría, las sedas insinúan «ángulos furtivos» y la recta «resbala en su riel», y en «Bosque, bosque», «los sumandos de la tarde son ceros en la noche», y estos ceros abstractos son anillos para las manos de los poetas que «alzarán bosque sobre bosque». En el poema «La tormenta», este título es lo único que nos relaciona con la realidad. Lo demás ha de adivinarse en las imágenes del trueno, del rayo, del relámpago y de la tiniebla: «Fugados que se huyen. / Y si arrojan instantes, / atónitos de mármoles, / mártires de las lumbres». En otro poema leemos «Cima» y más abajo comprendemos al recién nacido: «Creaciones, masa, / desnudez, hoyuelos: / La facción exacta / relega lo eterno.» Con Cántico de Guillén, la crítica pudo valorar la poesía pura de España. En la citada Antología de Diego figuró un poema inédito hasta entonces: «El aparecido» («Se me escapa de los brazos / el mar, incógnito, díscolo…»). Un barroquismo no totalmente desacordado impera en el poema lleno de sugerencias y como de estremecimientos poéticos. Vaguedades, sospechas, síncopas expresivas y el asombro de ser y de «cantar sin designio» y hacia el final consonancias de mar en inesperado estribillo y la «confabulación/indomable de prodigios»: «Mármara, mar, mar amar, / y ser y flotar — y un grito!» Y la gracia del verso octosílabo y de la asonancia del romance sosteniendo este puro lirismo, este maravilloso cantar del poeta.
A esta primera edición de 75 poemas siguió otra, con 125, en 1936, y una tercera con 270 (México, 1945). En 1950, como «primera edición completa» con sus poemas de 1919 a 1950 aparecía la cuarta en Buenos Aires. La Fe de Vida de Cántico se afirma, considerablemente aumentada respecto de la anterior. Los poemas se^ agrupan líricamente bajo los siguientes títulos:
1, «Al aire de tu vuelo» y algunos de ellos se destacaban editorialmente («Más allá», «Todo . en la tarde», «Jardín en medio», «Las horas», «Muchas gracias, adiós», «Salvación de la primavera»);
2, «Las horas situadas» («Paso a la aurora», «Esperanza de todos», «El diálogo», «La rendición al sueño», «Sol en la boda», «Tiempo libre…», «A vista de hombre»);
3, «Pájaro en la mano», dividido en cuatro subgrupos («A eso de las cuatro», «El ruiseñor», «Beato sillón», «Niño con atención», etc.);
4, «Aquí mismo» («Los balcones del oriente», «Luz natal…», «Amistad de la noche», etc.);
5, «Pleno ser» («Monte en claro», «Caminante de puerto», «Noche sin luna», «La vida real», «Su persona», «El aire», «Cara a cara» y «Dedicatoria final» («Para mi amigo Pedro Salinas… hombre como nosotros, ávido de compartir la vida como fuente, de consumar la plenitud del ser en la fiel plenitud de las palabras»).
Dámaso Alonso escribe: «Nació Jorge Guillén para lo que se nace; es decir, para cantar. Y cumplió con su deber, cantó: Cántico. El cántico, que es alegría y gratitud, refleja el carácter de lo contemplado, del paraíso contemplado… Parece un libro de poemas; pero es, ante todo, un grito gozoso y maravillado, una interjección única, ampliada, intensificada». Y el crítico glosa su poesía, con títulos que la interpretan, como «Delicia de las sillas», «Goce del viento, de la nieve, del agua», «Prodigio de lo diario…». En 1957, Guillén nos sorprendió con Maremagnum, un poemario editado en Buenos Aires. Hemos de apartar y olvidar que un poeta tan fino resbale y descienda laderas polémicas de agrios realismos. Admiradores y amigos expresaron su extrañeza ante esta inesperada salida de sus acostumbrados tonos puramente poéticos. Atendiendo a la letra del espíritu, la palabra «maremagnum» y la leyenda primera que se lee en la primera página «Clamor. Tiempo de Historia» pudiera interpretarse en un sentido universal y amplio en que cupiera la angustia del mundo moderno, el desorden, la subversión de valores y el asombro inquieto del poeta ante el deprimente espectáculo, la materia del libro dedicada «a la posible esperanza» de sus hijos.
Maremagno como muchedumbre confusa de personas o cosas, según el Diccionario de Autoridades, se nos muestra individual y colectivamente confusa también. Pero el poeta es siempre el poeta eterno y hasta con molde clásico como en el soneto «Mediterráneo» («Sobre la playa de este mediodía-arena o luz con oleaje denso…») o esos poemas extensos y libres y de largos versos como «Ruinas con miedo», con la angustiosa pregunta («¿Volverán a volar los enviados de la Razón con sus alas de Arcángel providencial?…» «¿Volverán los monstruos?») frente a las ruinas («Hórridas ruinas sin belleza. Ruinas con el temor / de no ser ni su angustia, junto al filo infernal / que dispone el Arcángel»), frente al difunto en «Un pasillo», un pasillo corto con la cocina con los amigos del difunto en un extremo y en el otro el muerto: «El recién difunto lo es, y ya muy lejos/tras su máscara cérea: frente impersonal, dura nariz; dos pozos los ojos.» La extensa exposición de «Luzbel desconcertado», con sus diálogos entre Gobernador y Poeta, exacerba la sensibilidad del autor que sabe percibir, entre interrogaciones divinas y humanas, los dolores y las traiciones: «Contra el runrún de amenes / escucho un movimiento / de audaces corazones que dominan / la crisis.»
Los motivos mejicanos sirven a la angustia que estalla en este libro como «Suave Anahuac» («A tal altura me yergo/ sobre el tan remoto mar…»), los «tréboles» como la redondilla: «Guardaos vuestro dinero. / Yo he decidido ser pobre. / Así voy, tan libre, sobre / la Tierra en forma de cero.» En este libro —para decirlo con uno de sus versos — «la vida estalla en idea». La angustia y el terror se filtran por todas partes («Todos pendientes del Satán atómico/de su desolación hidrogenada»). («Ya los atracadores huyen sobre cálculos de fuga…») y el agravio y la esclavitud se concentran; y en el último poema — el soneto «Sueño común» — y en el último verso — «Rumbo provisional hacia la nada» — no vemos la solución, no sabemos si es callejón sin salida o esperanza. Aunque su concepción y expresión es digna del gran poeta, admítase la paradoja de que no obstante su encendido sentimentalismo ha descendido su lirismo. Sin G. será imposible hacer la historia de la poesía española del siglo XX, especialmente en lo que tiene de eterna renovación de la originalidad.
A. del Saz