Nació el 22 de junio de 1839 en Río de Janeiro, donde murió el 29 de septiembre de 1908. Hijo de padres mulatos de origen humilde (la madre había sido esclava), pasó una infancia mísera y triste, durante la cual dedicóse a recoger y repartir la ropa que las lavanderas de las colinas situadas en tomo a la ciudad lavaban para su clientela. Ya mayor huyó siempre de tales recuerdos, de los cuales apenas encontramos indicios en sus obras. Parece haber ingresado en un seminario; con la muerte de su madre, empero, recobró la libertad. Pronto halló trabajo como tipógrafo, y luego en calidad de corrector de pruebas; su cotidiano contacto con los libros permitióle acumular, mediante la tenacidad propia del autodidacto, una amplia cultura literaria, filosófica y artística. Ello constituyó para él la compensación de los dolorosos complejos que le dieron un carácter triste y ensimismado: los del nacimiento, la pobreza y la epilepsia, que le afligió toda la vida. Con todo, ninguna de sus particularidades asomó jamás a su pluma; y así, aun cuando mulato, vivió todo el movimiento abolicionista sin dedicar una sola palabra a la «cuestión negra», que era el problema dominante del Brasil contemporáneo.
Fue, en cambio, el poeta de la clase burguesa, mediocre y satisfecha. Los primeros ensayos poéticos le abrieron el camino del periodismo; no obstante, para poderse entregar más tranquilamente a su obra, aceptó un empleo público, se casó con una mujer de buena condición social y permaneció siempre entre los libros, los amigos y los discípulos, sin abandonar nunca su ambiente ni su ciudad. Tras la publicación de sus novelas principales, y reconocido ya como un maestro, fundó la Academia Brasileira de Letras, de la que fue el primer presidente. Sus obras iniciales pertenecen al clima sentimental común creado por José de Alencar (v.) con la novela El Guarany (v.). Las primeras poesías, Crisálidas (1864, v.) y Falenas (1869, v.), fluidas y armoniosas, resultan netamente románticas; hasta más tarde, con Poesías completas (1901) y Las occidentales (1901, v.) no halló su camino propio. Escribió para la escena textos cuya ligereza recuerda el teatro poético de Mus- set; sin embargo, no reveló cualidades dramáticas. Su dominio verdadero fue la novela. No obstante, quien le juzgara solamente por sus novelas iniciales (Helena, A mao e a luva, Yayá Gargía) consideraría a Machado de Assis como un mero escritor ameno.
Revelaron, empero, su genio creador las obras de la madurez: Memorias póstumas de Braz Cubas (1881, v.), Historias sem data (1884), Quíneos Borba (1891, v.), Varias historias (1896), Dom Casmurro (1900), Esaú y Jacob (1904, v.) y, finalmente, Memorial de Aires (1908), que es casi una autobiografía. En tales producciones el autor supo alejar la prosa brasileña del regionalismo (descripción del paisaje y de las costumbres) y acercarla al hombre, visto desde un ángulo universal. Psicólogo de intensa vida interior y pesimista incurable, consiguió transformar su amargo sentimiento de desilusión en un plácido y sutil humorismo, y captó los aspectos más ocultos de existencias consideradas comunes. Su ironía no le impidió la indulgencia frente a las ilusiones y debilidades humanas: «Mi léxico — afirmaba — es la simpatía». Ajeno a escuelas, y muy personal en cuanto a la técnica, conscientemente sencilla y digresiva, daba a sus novelas la forma de una serie de cuadros y reflexiones. Su estilo, conciso, lapidario y animado por expresiones y giros populares, le convierte, sin duda, en uno de los grandes clásicos del idioma portugués.
J. Prado Coelho