Nació el 4 de diciembre de 1595 en París, donde murió el 22 de febrero de 1674. Fue un profundo conocedor del latín, el griego, el italiano y el español, y estudió con interés a los tratadistas poéticos de la Italia del siglo XVI.
Su prólogo a la edición original de Adonis (v.), de Marino (París, 1623), despertó la atención de Richelieu, quien, impresionado además por una erudita disertación oral de Ch. sobre las tres unidades dramáticas, no solamente le concedió una pensión de mil escudos, sino que empezó incluso a juzgarle árbitro inapelable en cuestiones literarias.
Y así, tras haber atendido su consejo acerca de la institución, en París, de una Academia Francesa inspirada en la florentina de la Crusca y encargada, como ésta, de la preparación de un vocabulario, acudió a Ch., comprendido en la primera promoción de miembros, tanto para la redacción de los estatutos de tal entidad como para compilar y revisar las pobres críticas aparecidas durante las acaloradas discusiones favorables y contrarias a El Cid (v.), de Corneille, lo que dio origen a Opinión de la Academia… (v.), o sea del mismo Richelieu, sobre dicha tragedia.
En adelante, la reputación de Ch. como «arbiter humana- rum litterarum» fue tan considerable que precisamente a él se dirigió Colbert para la compilación de una lista razonada de literatos de toda Europa merecedores de recompensas, indicadas por el mismo Ch. y de acuerdo con distintas graduaciones.
Aun sin haber publicado más que algunas odas (una, por ejemplo, dedicada a Richelieu y otra a Mazarino) y varias poesías sueltas, su nombre recorría toda Francia como el de quien llegaría a igualar y hasta superar a Homero y Virgilio cuando hubiese llevado a término La Pucelle (v.), poema épico en veinticuatro cantos en el que trabajaba desde hacía veinte años. Acerca de ello se llegó incluso a decir: «Dans mille ans l’on parlera d’elle / Ou l’on ne parlera de rien».
Sin embargo, al aparecer, en 1656, los primeros doce cantos, cada uno de ellos integrado por mil doscientos versos (los otros doce no fueron publicados hasta 1882), sobrevino un diluvio de epigramas satíricos, y todo el mundo advirtió que la obra abundaba en muchas cosas, incluso en alegorías, pero carecía de lo mejor: de poesía.
Entonces se dijo por el siguiente estilo: «Depuis vingt ans on parle d’elle, / Dans dix mois on n’en dira rien». Y Ch., ya objeto de continuas «plaisanteries» en las conversaciones entre Boileau, Racine, La Fontaine y Molière, llegó a serlo de verdaderos azotes poéticos por parte del primero. Sin embargo, en el siglo pasado, Théophile Gautier habría de llevar a cabo un tímido intento de rehabilitación de nuestro autor.
F. Nicolini