Nació el 22 de febrero de 1819 en las cercanías de Cambridge (Massachusetts), donde murió el 12 de agosto de 1891. Fue uno de los principales representantes de la cultura de Nueva Inglaterra durante la «edad de oro». Formado, como los otros «olímpicos» de su firmamento cultural, en la Universidad de Harvard, inclinado al Derecho y educado en el ambiente culto y ecléctico de Boston, distinguióse, no obstante, por una inquietud espiritual que le deparó momentos amargos, adoptar, aun cuando juiciosamente, actitudes rebeldes (sobre todo por influencia de la poetisa Mary White, su primera esposa) y escribir sus libros más vivos, pero que luego, con el tiempo, dio paso a una aristocrática ortodoxia, gracias a la cual se convirtió en uno de los exponentes más exquisitos de la época de la buena crianza.
Su año de oro fue el 1848, durante el que publicó cuatro volúmenes, entre ellos las famosas Crónicas de Biglow (v.) y Fábula para los críticos (v.), textos reveladores ya de una perspicacia crítica nada común. Al regreso de un viaje a Europa (1851-52) obtuvo en Harvard la cátedra de literatura, anteriormente desempeñada por Longfellow. Más tarde fue director del Atlantic Monthly (1857-82) y codirector, con Norton, de la North American Review (1862-72), y aportó una considerable contribución a la serie de tentativas y empresas editoriales que representan uno de los momentos importantes del siglo XIX literario en Estados Unidos. Escribió, además, otras obras de poesía y crítica. Su actuación política empezó casi inesperadamente en 1877, cuando el presidente Hay es quiso premiar la transformación del antiguo radical en un republicano fervoroso y activo nombrándole ministro en España. En su cargo Lowell puso de manifiesto insospechadas cualidades diplomáticas y rivalizó en aristocrática habilidad con Irving.
Al cabo de tres años pasó a Londres, donde triunfó en la diplomacia y la literatura (en 1884 fue nombrado rector honorario de la Universidad de St. Andrew, en Edimburgo). Vuelto a su patria cuando los demócratas subieron al poder, llenó los últimos años de su vida con viajes de placer y tranquilos descansos en su propiedad de Elmwood, en Cambridge, y viose honrado por varias universidades europeas (entre otros homenajes, recibió de la de Bolonia la graduación «ad honorem»). Primer literato profesional de Norteamérica, dio posiblemente lo mejor de su compleja personalidad a través de su labor crítica y editorial.
N. D’Agostino