Ivan Sergeevich Turguenev

Nació el 28 de octubre de 1818 en Orel’ y murió el 22 de agosto de 1883 en Bougival (Francia). Per­tenecía a una familia noble venida a me­nos, cuya economía, precaria, había sido mejorada por el matrimonio de su padre, oficial de coraceros, con Lutovinova, mu­jer riquísima, enérgica y despótica. Así, Turguenev formóse en un ambiente más bien duro, del que le salvó en parte la pasión por la lectura. Enviado a Moscú para que reali­zara allí los estudios preparatorios para el ingresó en la Universidad, frecuentó luego la Facultad de Filosofía, de la que pronto pasó a la de la Universidad de San Petersburgo.

En esta ciudad se relacionó con los medios literarios, y, una vez hubo conocido a P. A, Pletnév, quien había asumido la dirección de El Contemporáneo tras la muer­te de Pushkin, empezó a manifestarse como poeta romántico, bajo la influencia de la poesía-de Lermontov. Su temperamento poé­tico persistió vivo, incluso cuando hubo dejado de escribir poesías, en su visión lírica de la vida, y en la aguda percepción de las relaciones, entre la naturaleza y el espíritu humano. La cultura filosófica acabó de in­ducirle a dejar la poesía; pero no deter­minó súbitamente el curso ulterior de su creación artística. En 1838 marchó al ex­tranjero para completar su formación, y permaneció algún tiempo en Berlín, donde frecuentó la Facultad de Filosofía; luego, empero, prefirió viajar por Europa, y así; estuvo en diversas ciudades, Roma entre otras.

Tal período de contacto con el extran­jero, que duró hasta 1841, había de ser el primero de una larga serie de viajes que reanudó en 1847, tras un breve tiempo pa­sado en la cancillería del Ministerio del Interior como funcionario. Las amistades que hiciera en Berlín, donde había encon­trado a algunos jóvenes destinados a dejar huellas notables en la historia espiritual de Rusia, como Stankevich, Herzen y Bakunin, influyeron hasta cierto punto en la vida de Turguenev a su regreso a Rusia. Allí se relacio­nó inmediatamente con los círculos progre­sistas de la época, entre los cuales figuraba el de Belinski; no obstante, sus compo­siciones líricas, pequeños poemas y piezas dramáticas de esta época, no se alejan del clima romántico.

Sin embargo, cuando en 1847 decidió marchar nuevamente al extran­jero, su transformación en narrador era ya un hecho. Aun cuando no puedan llamarse todavía realistas, según el sentido ideoló­gico asumido gradualmente en Rusia por el realismo, las primeras narraciones de Turguenev na­cen de la experiencia de la vida cotidiana circundante. Este carácter se da ya, por ejemplo, en Andrei Kolosov (1844, v.), el más notable de los escritos del autor ante­riores a Relatos de un cazador (v.), que empezaron a aparecer en 1847 en El Con­temporáneo y fueron luego reunidos en un volumen en 1852, con un éxito siempre cre­ciente de público y crítica.

Posteriormente se dijo que su lectura influyó en el empe­rador Alejandro II en un tiempo en que se iba preparando la emancipación de los sier­vos de la gleba, cuya existencia, precisa­mente, había sido descrita por Turguenev en sus narraciones sin la idealización propia de otros escritores, pero también con unos as­pectos negativos no demasiado acentuados. El mismo autor se jactó cierto día de su colaboración en el establecimiento del am­biente favorable a la liberación; en el fon­do, empero, los relatos pertenecían al mis­mo clima literario de las obras de Balzac, George Sand y Auerbach referentes a la vida campesina.

Algunas de las narraciones fueron escritas por Turguenev durante su segunda estancia en el extranjero, que se prolongó por cuanto, enamorado ya en 1843 de la cantante Pauline Viardot, el literato siguióla en sus viajes y vivió a menudo con su familia en una rara situación que, en rea­lidad persistió a lo largo de toda su vida. Vuelto a Rusia en 1852, fue detenido por un artículo necrológico escrito con motivo de la muerte de Gogol, y condenado a la permanencia en su propiedad de Spasskoe, en el gobierno de Orel’, de donde no pudo salir hasta el mes de noviembre de 1853. Tanto en los años pasados en el extranje­ro como en los vividos en Rusia hasta 1856.

fecha en la cual abandonó de nuevo el país, el escritor trabajó intensamente: a esta épo­ca pertenecen las comedias Donde el hilo es delgado se rompe (1848), El soltero (1849), La provinciana (1851), Un mes en el cam­po (1855) y El pan ajeno (1857), así como las narraciones — que cabe añadir a las de Relatos de un cazadorEl diario de un hombre superfino, Mumü (1854), Dos ami­gos, Jakov Pasynkov, etc. En 1856 Turguenev escri­bió su primera novela, Rudin (v.). El nom­bre del literato era ya famoso en Rusia; gracias a las relaciones con los Viardot, había establecido contacto, además, con escritores y artistas alemanes y franceses. Su trayecto­ria literaria quedaba ya señalada definitiva­mente; narraciones y novelas sucediéronse con bastante rapidez: en 1858 apareció Asja, en 1859 Un nido de nobles (v.), en 1860 Víspera (v.) y en 1862 Padres e hijos (v.).

Todas las obras de Turguenev eran espera­das con interés y provocaban una serie de polémicas, por su tendencia constante a la descripción del ambiente y los problemas contemporáneos. Contribuyeron asimismo a los debates los contactos del autor con los círculos y exponentes más característicos de la época, singularmente con Dobroljubov y Chernyshevski. Desde joven, Turguenev se mostró resueltamente inclinado a Occidente; luego permaneció siempre fiel a esta orientación, que en parte suscitó discusiones con otros es­critores— Dostoievski, por ejemplo—, pero fue, en esencia, la base de su vigor, y jus­tificó también algunas de sus reacciones frente a las polémicas: así, la que siguió a la publicación de la novela Padres e hijos, en la cual había querido verse, injusta­mente, una caricatura de la nueva genera­ción.

Es preciso advertir que la rapidez con que en Rusia sucediéronse los acontecimien­tos y cambiaron las tendencias, hizo apa­recer muy pronto superadas ciertas tesis del literato, singularmente las que presentó en Humo (1867, v.) y Tierras vírgenes (1876, v.). La crítica rusa, e incluso la de algunos otros países, ha insistido siempre en el va­lor social de las novelas de Turguenev y de sus personajes, posiblemente, en parte, porque el autor no supo superar el interés contin­gente de ciertas situaciones con una maes­tría artística comparable a la que empleó en la composición de sus narraciones de menor importancia, como Primer amor (1860, v.), El rey Lear de la estepa (1870, v.), Aguas primaverales (1871, v.), El reloj (1875, v.) y El canto del amor triunfante (1881), y, finalmente, en los pequeños poe­mas en prosa Senilia (v.), reunidos en 1882, poco antes de su muerte, pero escritos en diversas épocas anteriores.

En 1880 el escri­tor participó con un discurso en la inaugu­ración del monumento a Pushkin, en Moscú, y, ya en el ocaso de su vida, se enamoró perdidamente de una joven actriz, M. G. Savina, luego famosa también como intér­prete de sus comedias. Tras el discurso men­cionado, exaltación poética de Pushkin, de quien Dostoievski hizo la ideológica, Turguenev sa­lió nuevamente de Rusia, esta vez ya para siempre, por cuanto, no mucho después, fallecía en Bougival, luego de haber dic­tado a Viardot su última narración, titu­lada, como presentimiento, Un fin (1883).

E. Lo Gatto