Nació en tomo a 1096- 1097 y murió el 11 de febrero de 1141. Respecto de la vida de este autor, una de las personalidades más significativas del siglo XII, escasean las noticias seguras, sobre todo las referentes a su juventud. Oriundo probablemente de las tierras bañadas por el Escalda (Países Bajos o Lorena), abandonó pronto su país, quizá para reunirse con los religiosos del monasterio de Hammersleben, en Sajonia, a los cuales dedicaría luego, en prueba de afecto, su obra De arrha animae. Aquélla, empero, no fue su residencia definitiva; hacia 1116 llegó a París, entonces centro de una ferviente actividad intelectual y espiritual, e ingresó en la orden de los canónigos regulares agustinianos de la abadía de San Víctor, fundada por Guillermo de Champeaux. Ya en los oscuros años de su juventud debió de iniciarse en él la maravillosa amplitud de alma que le permitió advertir cualquier problema, adaptarse a todos los ambientes y penetrar profundamente en la variada psicología de sus amigos y discípulos.
Posteriormente, él mismo, en un breve pasaje autobiográfico, habría de confesar no haber despreciado ni relegado jamás al olvido ninguna materia. A pesar de ello, poseyó Una singular exigencia de unidad y sobriedad en el saber y en la vida. Esta plenitud le permitió desarrollar su misión de profesor de teología en la escuela de San Víctor, y llegar, en tomo a 1133, luego de la muerte de Tomás, a director de estudios de la misma. Como maestro abarcó las Ciencias profanas (v. Del saber) y sagradas (v. Sacramentos de la fe cristiana, 1135-40 aprox.), aun cuando sin una especializaron teorética peculiar. Su enseñanza se basaba en un contacto afectuoso y personal que no desdeñaba la corrección de notas o la aclaración de puntos dudosos; su palabra llegaba, aguda y penetrante, al espíritu de los discípulos, en quienes despertaba el deseo de una perfección no sólo intelectual (como se desprende del opúsculo Sobre la educación de los novicios).
Interesado por cualquier novedad y contacto (conservamos algunas cartas dirigidas a San Bernardo, Gualterio de Mortagne y Juan de Sevilla), fue, sin embargo, preferentemente, un contemplativo, y advirtió con profunda emoción, expresada a veces con ímpetu lírico, el vínculo entre la verdad y el amor; así, por ejemplo, en los tratados De arca Noeh y De arca Noeh mystica (hacia 1130), y en las restantes obras ascético-místicas. Se muestra intérprete sutil y agudo en el comentario a textos autorizados, como Jerarquía celeste (v.), del seudo Dionisio Areopagita. No sabemos con certeza si fue también prior, ni si realizó un viaje a Roma hacia los últimos años de su vida. De la muerte de H., que parece haber sido la culminación de sus virtudes, poseemos, empero, un testimonio vivo (el del enfermero Osberto), primer eco de la veneración que rodeó durante muchos años a esta figura tan rica y, al mismo tiempo, tan sencilla. Otras obras del autor son De sapientia animae Clnristi y Expositio in regulam Sancti Augustini.
F. Minuto